La parábola de “los talentos” no es una loa, una alabanza a la acción. Es la enseñanza de que cada uno tiene que trabajar en lo que Dios quiere. La eficacia, según los parámetros divinos; no según la concepción humana del éxito.
Al final de la parábola se centra en el juicio divino sobre cada hombre. Si en el apostolado hemos tenido fuego ardiente que contagiar; si su seguidor ha tenido mucho o poco fervor en la oración; si se ha trabajado en las misiones o en un despacho; si hemos hecho directamente muchas obras de misericordia…todo tendrá su peso, es cierto, pero la valoración será sobre el TIEMPO, que es el equivalente del talento o moneda a que se contrae la parábola.
Porque el tiempo tiene el mismo valor para todos, nadie podrá excusarse de haber recibido más o menos “monedas o talentos”. La inteligencia, la memoria, la voluntad etc… son accidentales. No importa el número de “talentos” sino el uso del tiempo.
El que llena los minutos “con sesenta segundos” de amor a Dios y al prójimo hace rendir el dinero, el talento.
Es curioso constatar cómo el mundo moderno busca cómo cubrir las horas vacías del hombre. Como entretener la ociosidad. Y los gobernantes se ocupan y preocupan de favorecer al siervo inútil y perezoso…