Porque por tu camino voy… “Cuando Dios, por medio del bautismo, me adoptó por hijo suyo, me puso en posesión de un reino admirable, diciéndome por boca del Apóstol: “Hijo mío, todo es tuyo”… Desde el momento mismo, en que comienzo a ser hijo de Dios, todo pasa a mi poder, todo me pertenece. Primeramente la Iglesia, representada por los Apóstoles. Sí, no cabe duda, la Iglesia es mía. La Iglesia, este mundo espiritual, iluminado por el sol de la verdad divina y por los resplandores de sus Sacramentos; la Iglesia con su infinidad de mártires, de protectores, de modelos, y con sus inagotables tesoros de gracia.
San Pablo, movido por vivísima gratitud, consideraba como suyo el tesoro de la Redención de Jesús, “que le amó, decía, hasta dar la v ida por él” Yo puedo decir otro tanto de las riquezas espirituales de la Iglesia universal. Los trabajos de los Apóstoles y de sus sucesores, la vida y la muerte de cada uno de ellos, todo lo que es de la Iglesia… es también mío. Todos sus misterios y los medios de santificación de que dispone, me pertenecen tanto como la luz del sol y el rocío del cielo. Sólo las almas ingratas se estremecen al oír las palabras de la carta a los Hebreos: “La tierra que recibe frecuentes lluvias…cuando produce espinas y abrojos es desechada y cerca está de la maldición y terminará por ser quemada”.
”Aún la muerte es mía. Verdad es que no puedo huir de ella; pero también es verdad que puedo, no solo quitarle su aspecto temible, sino hacerla deseable. En efecto, desde que mi Salvador la venció, de mí depende el no hacerme esclavo suyo, el obligarla a prestarme grandes servicios, y hasta a que me introduzca en la bienaventuranza eterna, abriéndome las puertas de mi cárcel.
Todo, pues, es mío: lo presente y lo porvenir.
- Chaignon