Artículo del día

TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO

Comenzamos con un acto personal de rendida adoración a la Eucaristía, al mismo Cristo, pues en este Santísimo Sacramento “están contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, Cristo entero. Jesús se halla presente, pero no se le ve; está oculto bajo las especies de pan y de vino. “Está escondido en el Pan…por amor a ti”

El amor que manifiesta a las criaturas es la causa de que se haya quedado entre nosotros, en este mundo, bajo el velo eucarístico. “Desde pequeño he comprendido el porqué de la Eucaristía: es un sentimiento que todos tenemos; querer quedarnos para siempre con quien amamos”. (S. Josemaría) Nuestro Padre, considerando el misterio del amor de Cristo que pone sus delicias en estar entre los hijos de los hombres (Prv 8,31) que no consiente en dejarnos huérfanos (Jn. 14,18), que ha decidido permanecer con nosotros  hasta la consumación de los siglos (Mt 28,20), ilustraba el motivo de la institución  de este Sacramento con la imagen de las personas que se tienen que separar. “Desearían estar siempre juntas, pero el deber –el que sea- les obliga a alejarse”; y al no estar en condiciones de conseguirlo, “se cambian un recuerdo, quizá una fotografía” pero “no logran hacer más porque el poder de las criaturas no llega tan lejos como su querer”. Jesús, Dios y Hombre, supera esos límites por amor nuestro. “Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor·”. Él “no deja un símbolo, sino la realidad: se queda Él mismo”; el que nació de María en Belén; el  que trabajó en Nazaret y recorrió Galilea y Judea y murió crucificado en el Gólgota; el que resucitó gloriosamente al tercer día y se apareció a sus discípulos  repetidas veces”

La fe cristiana ha confesado siempre esta identidad, también para rechazar las nostalgias  de quienes excusaban su escaso espíritu cristiano, alegando que no veían al Señor como los primeros discípulos; o de quienes argumentaban que se comportarían de otro modo si pudieran tratarlo físicamente. “Cuántos dicen ahora: “¡Quisiera ver su forma, su figura, sus vestidos, su calzado!” Pues he ahí que a Él ves, a Él tocas, a Él comes. Tú deseas ver sus vestidos; pero Él se te da a sí mismo, no solo para que lo veas, sino para que lo toques y lo comas, y le recibas dentro de ti. Nadie, pues, se acerque con desconfianza, nadie con tibieza; todos encendidos, todos fervorosos y vigilantes”  (S. Juan Crisóstomo)

Mons. Javier Echevarría

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Noticias Cristianas

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