Al empezar el día no digamos “a ver qué mala noticia nos deparará el día de hoy… qué castigo de Dios me espera”. Aconseja Mons. Echevarría que el corazón creyente del cristiano mantenga “el ánimo sencillo del niño que se maravilla ante los regalos que su padre le prepara. Expresemos con hondo agradecimiento: “Gracias, Jesús, gracias por haberte rebajado tanto, hasta saciar todas las necesidades de nuestro pobre corazón”.
Al empezar el día “rompamos a cantar, alabando a nuestro Padre Dios, que ha querido alimentara sus hijos con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo; perseverando en esta alabanza porque siempre resultará corta”.
Continúa Mons. Echevarría : “Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor”. Y cita de Forja: “Cuando contempléis la Sagrada Hostia expuesta en la custodia sobre el altar. Mirad qué amor, qué ternura la de Cristo. Yo me lo explico por el amor que os tengo; si pudiera estar lejos trabajando, y a la vez junto a cada uno de vosotros, ¡con qué gusto lo haría! Cristo en cambio, ¡sí puede! Y Él, que nos ama con un amor infinitamente superior al que puedan albergar todos los corazones de la tierra, se ha quedado para que podamos unirnos siempre a su Humanidad Santísima, para fortalecernos, para que seamos felices”.
Ninguna negatividad, pues, al despertarnos cada día. Ofrezcamos nuestras sencillas oraciones a Dios Padre como niños que somos.