El Señor nos recomienda la virtud cardinal de la prudencia cuando nos avisa de que seamos precavidos: que pongamos los medios efectivos para conseguir el fin deseado.
No es prudencia, por tanto, dejar de hacer o de emprender realizaciones por temor, negligencia, miedo al fracaso…Prudencia es fijarse unos objetivos y programar todos los medios humanos para conseguirlos.
Prudencia es la plataforma humana para que, después, desde ella Dios pueda actuar. La Providencia divina necesita, porque así lo ha querido, disponer de la inteligencia del hombre.
Fijémonos en la parábola de las diez vírgenes. Todas planificaron. Se propusieron un objetivo bueno: esperar con las lámparas encendidas. También nosotros nos proponemos objetivos buenos y concretos: alcanzar una virtud, quitar un defecto, conseguir una conversión, ayudar a una familia necesitada etc…Pero las vírgenes necias acopiaron con medios insuficientes, programaron sin profundizar, se ilusionaron sin pensar en las dificultades, en una palabra, querían recibir al novio sin sacrificio. Como si un hombre se dirigiera al Señor: “Dame humildad”, pero rehusando las humillaciones, o queriendo ayudar a un drogadicto sin conocer nada de medicina, o convertir a un pecador hablándole, pero sin sacrificios moralmente sangrientos…
Las vírgenes prudentes, por el contrario, se preguntan: ¿cuáles son los medios para alcanzar el fin? Y tienen claro que son: confianza en Dios, oración y sacrificio, y junto a ello la total entrega al trabajo, para que la confianza no devenga negligencia.
Fijémonos que, ante el retraso de la llegada del esposo, todas han quedado dormidas. Quiere enseñarnos Dios que nuestras debilidades no son obstáculo para alcanzar el Cielo. No somos ángeles. Nos quedamos dormidos: no importa. La Prudencia tiene la humildad de reconocer su propia indigencia. La Prudencia empieza con el conocimiento de uno mismo. ¿Cómo podría planificar un fin si no sé lo que tengo, ni sé lo que soy?
No importa que caigamos por debilidad. Dios nos enviará, si es preciso, un ángel que nos despierte antes de que Él llegue. Lo que Dios quiere, para que entremos en la Vida eterna, es nuestra total disposición. Hemos puesto humanamente todos los medios para velar y estar despiertos para cuando llegue la hora de la muerte. Cristo nos dice: Has estado prudente, no te preocupes más. No te importe el día ni la hora de la muerte que, aunque duermas, Yo te despertaré. Llena tu corazón de buenas obras, que puedan decir de ti, que pasaste la vida haciendo el bien.
¿Qué es, pues, la Prudencia? El hombre prudente es el que conoce el auténtico valor de las cosas. Por eso, Prudencia es Sabiduría. Saber dar a cada cosa su valor, por no aumentar quincallería para la vida eterna. Tener la prudencia de llenar nuestras lámparas de buenas obras, obras que iluminen nuestra entrada en el Cielo.
Jaime Solá Grané