La campaña contra el suicidio mediante paneles colocados en la ribera del Támesis, en Londres, con las fotos de los suicidas, muchos jóvenes, que habían terminado sus vidas arrojándose al río, dice el articulista, terminaba con un dato terrible: 125 personas se quitan la vida cada semana.
Es hora de reconocer que mucha gente se suicida. No han encontrado ningún sentido a su existencia. No es un problema de riqueza o pobreza. Les oyes decir: ¡Qué asco de vida! ¡Mejor no haber nacido!
¿Son fracasados? No. Aunque la gran mayoría sean desconocidos, todos han tenido momentos de alegría. Pero surge la pregunta que lleva directa al suicidio: ¿PARA QUÉ? Y contestan: SOLO VALE LA PENA MORIR.
Dejando de lado casos de enfermedad mental, recuerdo el caso de un célebre doctor en medicina que, al perder la esposa, planificó al detalle su suicidio buscándolo por medio de la caída de su coche por un barranco para que pareciese un accidente.. Por fortuna y creo que por las oraciones de alguna alma piadosa, aquel importante médico, autor de grandes estudios y libros enciclopédicos en su especialidad, no consumó su suicidio. Lo he escrito sólo para ratificar que el suicidio es tentación común, en especial por los que, perdida la fe, ya no tienen esperanza.
Los católicos, aunque tambaleemos a menudo, con la gracia de Dios, podemos entender el dolor, el abandono, la angustia, la depresión, el abatimiento etc… como sombras de enorme oscuridad pero que, vencidas, está tras ellas, la Luz de Dios. De verdad, me cuesta mucho entender un frío suicidio en un hombre de fe, católico.
Jaime Solá Grané
