Hoy que se habla tanto de suprimir la obligación del celibato para el Sacramento del Orden Sacerdotal, transcribo de San Bernardo: “ El celibato es una torre costosa y los que se proponen construirla deberían primero sentarse a calcular el coste, para ver si tienen con qué terminarla”. Es mejor seguramente salvarse como hombre laico que perderse como sacerdote.
Y exhortaba así: “Sed célibes en realidad, no meramente de nombre. Es en verdad duro ser virtuosos teniendo en cuenta cómo estáis situados. Pues la castidad no está segura en medio de las riquezas, ni la devoción en medio de las distracciones, ni la verdad en medio del ocioso comadreo, ni la caridad en medio de este mundo malvado”.
Quizá sean noticia las flaquezas en castidad de algún sacerdote, pero son incontables los heroísmos “anónimos” que se mantienen como torres, que dice san Bernardo. Enumeremos algunos de los motivos del celibato eclesiástico: el celibato no se inspira en el desprecio del cuerpo, obra de Dios, ni en el desprecio del matrimonio, ni en el desprecio de la mujer, ni en afán de poderío e influencias; la Iglesia lejos de adquirir poderío por el celibato de los sacerdotes, renuncia al que adquiriría teniendo unas dinastías sacerdotales. El verdadero motivo es que el sacerdote católico está unido con Cristo y su Cuerpo Místico de un modo peculiar y tiene la misión de continuar la obra de Cristo, quien amaba a la Iglesia como Esposa.
El celibato sacerdotal con su alto ejemplo influye en mantener el nivel moral del matrimonio enseñando el respeto debido a la fuente de la vida.
El celibato, la castidad hace que el sacerdote sea para el mundo “un enigma… La presencia del sacerdote turba su quietud; el sacerdote es para el mundo el representante de otro mundo invisible, lleno de misterios, que inquieta y angustia a la mayoría, aun inconscientemente” (Sellmair)