“Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y Yo os daré descanso” (Mt. 11,28). Esta es la Ley del Amor que contiene un solo artículo: Harás en todo momento lo que sea más agradable a las personas que amas. Cristo no afirma que quitará el yugo del cansancio sino que, para los pequeños, lo hará suave y ligero.
Este consejo divino encaja en lo que tenemos que ser: mitad soldados, mitad eremitas. Soldados que se cansan, van sobrecargados, que cumplen el trabajo a que les obliga su profesión u oficio. Y que, transcurrido este tiempo, deben quitarse el uniforme de lucha para vestir el hábito de eremita y rezar a Dios, en Quien está el verdadero descanso.
Jesús conoció bien lo que fue la lucha día a día. Lo que fue cansarse. Lo duro que es enfrentarse en defensa de los legítimos intereses terrenos. Sabe que no vale la postura cómoda de abandonarse “a las manos der Dios”, como si de Él todo dependiese. Los seglares, quizá más que los consagrados, sabemos lo que es la lucha para seguir adelante en los negocios encomendados y no tomar la fácil postura del abatido, que cree, que es bastante confiar en Dios.
Pero, es cierto, que la lucha es más fácil sabiendo, no es necesario sentir, que Dios vela por los que le siguen.
Los incrédulos, los cristianos no practicantes, se sorprenden de que el mismo que pone una querella criminal o exige la ejecución de una sentencia, sea el mismo que va cada día a la santa Misa, que se confiesa muy a menudo y que a diario comulga. No entienden que para el seglar católico el martirio de la fe es, muchas veces, luchar por las cosas de este mundo, conforme a la justicia.
Pues sí, cansa más, mucho más, esta labor de lucha diaria que la de estar horas en silencio en un retiro espiritual. Por esto, Jesús, que pasó la vida trabajando, llamó a Sí a los cansados y sobrecargados.
Jaime Solá Grané