No conocemos el fin del joven rico que prefirió seguir con las riquezas del mundo y renunciar a la llamada de Jesús. Sólo nos dice el evangelista que se quedó triste…Sin embargo, cuando la llamada ha sido clara y se ha seguido durante tiempo, no proseguir el camino arrastra muchos riesgos. A un clérigo que iba a desertar le escribe san Bernardo: “ El mundo mismo no durará siempre. Ni siquiera puede preservaros vuestras posesiones o vuestra vida por largo tiempo, pues “los días del hombre son cortos” (Job 14,5) El mundo mismo perecerá con su concupiscencia, pero antes de desaparecer os hará desaparecer a vos”.
El clérigo abandonó su propósito de hacerse religioso, renunció a la práctica de la virtud y fue segado en la flor de su juventud por una muerte repentina. De él, escribe san Bernardo: “Empezó a mostrarse moroso, y así poco a poco perdió su fervor hasta que, viviendo como un hombre mundano y como un apóstata, “un doble hijo del infierno” (Mt. 23,15) fue arrebatado por una muerte repentina y terrible. Que nuestro misericordioso y compasivo Señor se apiade de su alma, si esto es todavía posible. Le escribí advirtiéndole lo mejor que pude “las cosas que tenían que ocurrir en breve plazo” (Ap. 1,1) pero todo en vano, excepto que yo descargué mi conciencia. Habría sido feliz si hubiese escuchado mi consejo. Sin embargo, él se negó y “yo estoy limpio de su sangre” (Dan. 13,46)… La caridad me obliga a lamentarme de aquel que no tenía ninguna seguridad al morir porque había vivido demasiado seguro. ¡Oh, el abismo inescrutable de los juicios divinos!¡Oh, cuán terrible es Dios en sus consejos sobre los hijos de los hombres! (Sal. 65,5) El dio su espíritu Santo y lo retiró de nuevo, haciendo al pecador más culpable que antes; Él comunicó su gracia sin otro resultado que multiplicar el pecado por culpa, no del Donante, sino del que abusó de la gracia”.
Me parece que desde el Concilio Vaticano II se ha perdido la estima de la vocación religiosa. Incluso han sido muchísimo que han abandonado el estado religioso y el ejercicio sacerdotal. Muchos han fallecido y han dado cuenta a Dios de su deserción. San Bernardo insiste en que el hombre, religioso o sacerdote, debe meditar sobre la brevedad e inseguridad de la vida, la indignidad de todo lo que el tiempo nos puede arrebatar, el peligro que nos exponemos resistiendo a la gracia y la paz de una buena conciencia que compensa con creces todos los sacrificios exigidos por la vocación religiosa. Para san Bernardo, no hay mayor gloria posible para el hombre que la de corresponder a la gracia de la vocación y ayudar a otros a imitarle.
Jaime Solá Grané