El toque de Dios es el favor más grande que el Señor hace a un alma. Pero es preciso que el alma diga QUIERO. Si acepta el toque de Dios…
Es el ejemplo del gusano que pasa del afán de rastrearse y alimentarse del suelo a convertirse en crisálida, para levantarse y volar por el aire.
Pero se obra esta transformación cuando el amor está purgado por la cruz.
Escribía un hombre que había aceptado. “Dios se une a mi alma. Es transformarme en Dios. Soy hierro puesto al fuego de Dios que me transforma. El toque de Dios es dolor, sacrificio; sufro pero con gozo porque veo la calidad del fuego. La diferencia entre el yo pecador y Dios es que lo que hace sufrir. Cuando el hierro ya no tenga inmundicias, no crepitará; se volverá dócilmente fuego. De ahí que los Santos sufriendo mucho tuvieran tanto gozo. Entiendo la alegría de los hermanos que así, con sus ayunos y sacrificios, se van convirtiendo en fuego de Dios.”
El alma que acepta el toque de Dios, sufre ya el purgatorio en esta vida; como las benditas almas del purgatorio tienen gozo en el dolor de la expiación.
El hombre, por ser humano, es mediocridad: la carne, los instintos…Hasta que no se halle totalmente deshecho, anonadado ante Dios, mientras tenga una queja en los labios, mientras aprecie una honra u honrilla, mientras se afane por las cosas terrenales…seguirá en la mediocridad.
El santo sigue siendo una innovación en este mundo. La innovación es tener fe. Por esto hay tanta poca fe en el mundo. Porque muy pocos dicen Sí al toque de Dios.
Juan López