Querida Madre,
Hoy, 24 de mayo, al despertar, he recordado el anuncio del Ángel Gabriel: “!Alégrate!” y mi corazón y mi alma sienten un gozo exultante, inenarrable.
Tus ojos humildes y suplicantes han arrancado del Seno del Padre Eterno su Palabra para encarnarse en tus virginales entrañas. Dios ha sido vencido por el amor de una Virgen. Por Ti, Dios se ha encadenado a los hombres.
Tú sabes, madre, que llevo días con aridez en la oración, que nada siento; como si tuviese hielo en el corazón. Como si te hubiera decepcionado. Esta noche te he hecho compañía , ante Jesús Sacramentado, y han sido horas de angustia, de cansancio, de querer levantarme e irme… Y después he tenido que acompañar a Ricardo a su casa. Eran más de las tres.
Pero ahora, Amor mío, pasadas ya unas horas, me parece como si toda mi carne estuviera llena de Ti, como si en cada centímetro de mi piel latiese un corazón, alabándote, bendiciéndote, adorándote…porque hoy es tu santo, el día más grande de tu vida cuando el Verbo de Dios bajó a tus entrañas.
Tú sabías, madre, que el Verbo, a diferencia del resto de los hombres, fue consciente desde el primer instante de estar dulcemente preso en tu seno; percibió cómo iba creciendo con la carne que solo de Ti tomaba. Y Tú sabías que alimentándole a Él, a mí también me nutrías y que amparándole a Él, mí me protegías. Por eso puedo rezar: “En tus misericordiosas entrañas me acojo, me refugio, Madre engendradora de Dios”. ¿Qué puedo temer? ¿Qué me puede faltar?
A menudo te escribiré, Madre, Amor mío.