María es la abogada que me defiende.
Para defender a un acusado, de quien se sabe que es culpable, es preciso tener valor, amor e influencia. Valor para hablar ante el juez, sobre todo cuando es él el ofendido; valor para hablar ante acusadores que tienen gran empeño en que salga condenado el culpable, ante acusadores que exponen contra él cargos aplastantes.
Amor al infeliz culpable que nada tiene que ofrecer al que le defiende, nada sino agradecimiento.
Influencia con el juez que ha de fallar, para conmoverle e inducirle al perdón.
¡Oh María!, a quien llaman los santos abogada de los desesperados, cómo siento renacer la vida en mi alma, al verte al pie de la cruz, con los ojos fijos en t u Hijo, juez a quien yo ofendí y a quien oyes Tú murmurar palabras de perdón! Bien sabes que no te rechazará tu Hijo, porque te debe demasiado y te ama también demasiado para contristarte.
¡Oh María!, no ignoro que puedas excusarme, pero puedes pedir perdón, puedes sobre todo prometer que seré más fiel, más sumiso, más vigilante. Sí, promete a Dios que vigilaré mis miradas y mi corazón; prométele que me apartaré de las ocasiones que me han inducido al pecado; prométele finalmente que cumpliré con resolución todos los preceptos de la Iglesia.
¡Cuánto alivian mi corazón estas sinceras promesas!
Mons. A Sylvain.