Reanudemos hoy el pensamiento de ayer: María nos ama.
Si María se contempla a sí misma, se ve colmada de gracias; mas como estas gracias excitan de continuo su gratitud, se ve obligada a hacer por Dios cuanto le es posible.
Sin duda que agradece, exalta y glorifica a Dios con sus palabras y con los sentimientos de su Corazón; pero no ignora el gozo que procura a Dios conservándole fieles e inocentes las almas por Él creadas y conduciendo a su amor las que lo han abandonado. Se ve, pues, en alguna manera obligada por agradecimiento a amarnos.
Sabe María que ha sido nombrada madre de los hombres. Recuerda la obligación que le impuso la divina Providencia y le manifestó su Hijo, cuando, en la cruz, iba a consumar su sacrificio. Comprende toda la extensión de las obligaciones de una madre. Penetra las intenciones de Dios al elevarla a esta dignidad, así como el alcance de las palabras de Jesús al expirar: “Aquí tienes a tu hijo”. El deber de María se resume en la sola palabra AMAR. ¡Cómo deja que se entregue su Corazón a este sentimiento de amor! Ánimo, pues, alma mía, alégrate y repite en tus ratos de congoja y de temor: MARIA ME AMA. Sí, dile con sentimiento de profunda gratitud: ¡También yo te amo, oh María!
Mons. A. Sylvain