María es el corazón que ama
¡María me ama! ¡Qué consoladoras palabras! Escribía en cierta ocasión san Francisco de Sales: “¡Cuán dichoso soy! ¡Mi Madre y la Santísima Virgen me aman!” Por desgracia ¿no tengo madre que me ame? Pues tengo y tendré siempre a la Santísima Virgen.
¡María me ama! Mas el amor que me profesa ha sido originado y mantenido en su Corazón por la triple mirada que tiene puesta en Dios, en mi alma, en Ella misma.
Si María considera a Dios, ve el amor infinito que el Señor nos tiene, pues nos ha creado porque quería amarnos. A todos nos ve María en el corazón paternal de Dios, que nos da la vida, nos la conserva, nos la embellece; de Dios que nos sigue con la ternura de una madre, mide nuestras pruebas, respeta nuestra libertad, y no aparta de nosotros los ojos ni un solo instante de nuestra existencia.
Ve que el Padre celestial, impulsado por su amor, envió a la Tierra, para arrancarnos del poder el infierno, a su amado Hijo, y movido siempre por nuestro amor, le entregó a la muerte más dolorosa.
Cuando María fija su mirada en Jesucristo, le ve en medio de tormentos, de humillaciones, de dolores; es testigo de la flagelación, de la coronación de espinas, de su crucifixión, y oye la con movedora oración: “Haced, Padre mío, que no perezca eternamente ni uno solo de aquellos por quienes he venido”.
¿Cómo podríamos suponer que María no nos ama? Aun cuando no fuéramos nada para Ella, aun cuando no tuviéramos nada que atrajese su compasión, sólo por amor a Dios, porque sabe que amándonos agrada a Dios y le consuela, nos amaría nuestra Madre celestial.
Sí, dichosas palabras: ¡María me ama! ¡También yo te amo, Madre mía!
Mons. A. Sylvain