María y los malos
Ayer, dice María, te hablé de las personas que no me amaban por antipatía natural y que me daban a padecer esas insignificantes contrariedades tan corrientes en la vida diaria. Había otras personas más dignas de compasión que aquéllas: eran las que, dando oídos al demonio, creían ver en mis actos, en mis penas, en mis palabras, intenciones que no tenía.
Se alejaban de mí, hablaban mal de mí… ¡Cuánto padecía al verlas de esta manera! Con todo las soportaba con paciencia; jamás prorrumpí en queja que diesen a conocer sus acciones; hablaba bien de ellas y les endulzaba la vida en lo que de mí dependía.
Obra así, hijo mío, si Dios te envía esta prueba; habla bien de las personas que no te quieren; elógialas en toda circunstancia, porque esto es más meritorio que ejecutar una acción ilustre.
Y luego, ¿quién sabe si con tu bondad, con tu mansedumbre, con tu paciencia, no calmarás las conmociones de su corazón y no las reducirás a Dios?
Hijo mío, bien puedes entender en cuán alto grado te son necesarias la humildad, la renuncia, el olvido de ti mismo; pídeme estas virtudes.
Mons. A. Sylvain