María en las pruebas
Permíteme, ¡oh María!, estudiar la vida que llevaste en tu infancia. Entonces no estabas sostenida por la presencia o el recuerdo de Jesús; entonces parecías humanamente más débil; por eso tus lecciones me conmueven más y me parecen más fáciles de seguir.
¿Pasaron por tu infancia los días de tristeza y tedio que oprimen mi corazón y me hacen tan penosa la existencia? ¿Pasaron los días en que los padecimientos del alma y del corazón me dejan con frecuencia deshecho en lágrimas? ¿Pasaron, en fin, estos días de contrariedad que tan inquieto me dejan?
-. Sí, hijo mío; excepto las penas que son castigo del pecado actual o consecuencia de las pasiones que residen en el alma, de las cuales fui exenta en mi Inmaculada Concepción, experimenté, como tú, tedio, contrariedades, decepciones. Como tú, sufrí yo, y esto sin salir del período de mi infancia, sin recordar mis sufrimientos del Calvario, para los cuales me fue necesaria una gracia particularísima; mis sufrimientos fueron los de todas las alas a quienes Dios ama más que a otras. No, a mí no se me perdonó; ¿acaso no es el sufrimiento el pan cotidiano de todos? Un día sin padecer, ¿no es un día perdido? Pero, hijo mío, en los días de tedio me acercaba más a Dios, oraba con más fervor, esperaba con más paciencia. Las nubes del corazón pasan como las nubes del firmamento. El día en que m i corazón estaba oprimido a causa de alguna humillación, alguna palabra poco amable, trabajaba con más ardor, oraba con más piedad.
La oración y el trabajo dan siempre alegría y paz.
Mons. A. Sylvain