María es la voz que me instruye.
Heme aquí, ¡oh Madre mía!, vengo a oír tu voz con el alma más tranquila y el corazón más gozoso. ¡Qué dulce es la voz de una madre! ¡Cómo se suavizan y adquieren especial hechizo y dulzura las lecciones más difíciles al pasar por los labios y el corazón de una madre!
Una madre tiene paciencia para aguardar, para no disgustarse por las ligerezas ni aun por la mala voluntad de sus hijos.
Una madre tiene habilidad para insinuar suavemente la lección que quiere dar y para hacerla asequible de mil maneras diferentes.
Una madre tiene constancia para empezar de nuevo, para continuar, para insistir mil veces en lo mismo, sin impacientarse nunca.
Veo todas estas cualidades en tu Corazón, ¡oh María!, maestra celestial. ¡Oh háblame! Ayer te prometí acudir asiduamente a Ti todos los días; hoy te prometo ser dócil. Háblame de Jesús, de su abnegación, de su caridad, de su obediencia. Háblame de sus virtudes, tan sencillas, tan atractivas, tan fáciles a lo que parece, de imitar. Háblame también de tu amor y de tu misericordia. ¡Tengo tanta necesidad de esperar en Ti!
¡Oh María!, hazme dócil.
Mons. A. Sylvain