María y sus superiores. María consideraba como una suerte depender siempre de alguien. Más tarde, cuando oyó de los labios de Jesucristo aquellas palabras: “No vine a ser servido, sino a servir”, reconoció el sentimiento que había abrigado siempre en su corazón. Este sentimiento de amada dependencia es tal vez el mejor y más seguro indicio de santidad. ¡Hay tanta soberbia en nosotros!
Mientras fue niña, tuvo María superiores en el Templo; más tarde, se puso bajo la dependencia de san José; luego, después que Jesucristo hubo subido al Cielo, se sometió a san Juan, a quien iba a pedir respetuosamente la Sagrada Comunión. Y en todos sus superiores, veía a Dios, pues Dios les había comunicado su autoridad; por eso, al cumplir sus preceptos, ejecutaba la voluntad divina.
¿No había visto a Jesús sometido en todo y siempre a lo que Ella le mandaba? ¡ De cuán inmenso afecto a la obediencia no había de llenar su alma este recuerdo!
¡Oh Madre mía, tráeme con frecuencia a la memoria el recuerdo de la obediencia de Jesús y tuya; no me dejes jamás en la independencia absoluta!. Infúndeme, sobre todo en lo referente a las enseñanzas de la Iglesia y a las palabras del Sumo Pontífice, tal sumisión de espíritu y de corazón, que no me deje nunca espacio para razonar ni discutir, sino que en toda enseñanza me obligue a decir siempre: “Acepto y creo”.
Mons. A. Sylvain