María y su familia.
María conocía muy bien las obligaciones que tiene un hijo para con sus padres. Separada de los suyos desde muy jovencita, conservaba siempre en su corazón, no sólo el recuerdo de su afecto, sino también la imagen de sus rasgos. No; Dios no quiere el olvido.
María respetaba a sus padres. ¿Quién será capaz de expresar los sentimientos de veneración que demostraba delante de ellos, en los felices días en que iban a verla sus padres en el Templo? ¡Cómo escuchaba sus palabras, cómo demostraba apreciar cuanto decían, cuán sumisa era a todos sus deseos!
María amaba a sus padres con aquel amor de ternura que hace estremecer el corazón junto a los que amamos; con aquel amor de complacencia que fuerza a participar de todas sus penas y de todas sus alegrías; que obliga a adivinar lo que puede agradarlos; con aquel amor de compasión que procura animar, fortalecer, consolar; con aquel amor sobrenatural que impulsa a rogar por ellos, que llega a darles discreta y suavemente consejos para su santificación.
Padres queridos, a quienes tal vez he disgustado frecuentemente, perdonadme. Y si puedo hoy, con mi deferencia a vuestros deseos, con mi sumisión a vuestros mandatos, con mis oraciones por lo menos, imitaré a la Santísima Virgen en sus relaciones de familia.
Mons. A. Sylvain