María es el modelo que deseo imitar.
Permite, María, a un alma que halla en Ti su refugio, su apoyo, su protección, su madre; a un alma que se hace cargo de cuánto la amas; a un alma que quiere amarte con todo su corazón; permítele que ponga en Ti los ojos con el afecto con que un hijo mira a su madre y estudia sus palabras, sus sentimientos, sus pasos, anhelando parecérsele en todo.
Parecerse a alguien estimar su aire, sus modales, su continente, en cuanto sea posible. Parecerse a alguien es sobre todo querer lo que él quiere, amar lo que él ama; es no tener otros gustos que los suyos, ni otros deseos que los que se escapan de su corazón, ni otros amigos que aquellos en quienes han puesto su afecto.
Esto es lo que yo quiero hacer durante este mes, María. Lo quiero, porque te amo, porque quiero ser amado de Ti, porque sé que el amor no pude existir sino entre dos corazones que se parecen o procuran parecerse. Lo quiero porque sé que no agradaré a Dios mientras no vea en mí algunas de las virtudes que hacen de Ti la criatura más santa, más perfecta, más amada de Dios.
Lo quiero porque soy tuyo. Soy tu pequeñuelo, sea cual fuere mi edad, pues todos somos hijitos tuyos desde el Calvario. Soy tu siervo, y estoy obligado a título de justicia y de agradecimiento, a darte la vida que poseo ahora y que Dios acaso no me ha dejado sino a causa de tus ruegos por mi salvación.
Renuevo mi propósito de acudir asiduamente a todos los ejercicios de este mes y de ser dócil a todas las lecciones que me des, ¡oh Madre mía!
Mons. A. Sylvain