Sí, María me llevará al Cielo, porque no solamente la amaré y me encomendaré a Ella, sino que la serviré fielmente todos los días de mi vida. Siervo, en toda la extensión de la palabra, es el que, mediante una recompensa, pone a disposición de otro, para emplearlas a su servicio, sus facultades, sus miembros, su tiempo, todo aquello de que puede disponer sin violentar la ley de Dios.
Este estado de servidumbre es el que quiero imponerme por amor a María. Sé que es santa; no me mandará nada que no esté siempre conforme con la ley de Dios, que no tenga por fin santificarme y llevarme al Cielo.
Sé que es justa; no me mandará nada que no sea útil, que no esté proporcionado a mis fuerzas; nada que pueda impedirme cumplir las obligaciones impuestas por mi familia, por mi posición social, por las obligaciones de mi estado.
Sé que es buena; no me mandará nada sin obtenerme una gracia que me haga fácil el cumplimiento de su mandato; durante mi trabajo me animará, me aconsejará, me fortalecerá; después de mi trabajo me dará siempre alguna recompensa.
Sé que es misericordiosa; me perdonará el trabajo que haya hecho mal, me ayudará a recuperarlo y, sobre todo, me librará del castigo merecido al verme sumiso y arrepentido.
Aquí me tienes a tu servicio, ¡oh María! A Ti me ofrezco y para probarte mi filial afecto te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi boca, mi corazón, todo mi ser, puesto que soy todo tuyo, oh Madre mía, consérvame y defiéndeme como cosa y posesión totalmente tuya.
Mons. A. Sylvain