María es mi refugio.
¡Qué gozo experimento al hallar ante mis ojos, al principiar este mes, el dulce nombre que aplica la Iglesia a la Santísima Virgen: REFUGIO!
Se llama refugio el lugar a donde van a retirarse para estar seguros los que tienen miedo. A donde van a ocultarse para hallar protección los culpables. A donde van a vivir para hallar un asilo los pobres de este mundo. ¡Oh María, tengo miedo, soy culpable, soy pobre; por eso me llego a Ti!
Temo mi debilidad y mi inconstancia. ¡Oh, si llegase a olvidar las promesas que tantas veces hice a Dios! Temo al demonio, que me tentará y me presentará ocasiones de pecar, tanto más atractivas cuanto más piadoso me propongo ser. Temo a Dios porque soy culpable; a Dios, que acaso se cansará de perdonarme nuevas faltas y que quizá me llame pronto a Sí. Soy pobre. Experimento en mi alma falta de paciencia, de piedad, de amor al deber, y, con todo, sin estas virtudes no puedo ir al cielo.
Bien ves, pues, ¡oh María! las razones que me impulsan a aceptar complacido la invitación con que me brinda la Iglesia para Ti, ¿no es hallar un refugio? Junto a Ti, ¡oh Madre mía!, nada puede el demonio; ni siquiera, a tu lado, castiga Dios al culpable, porque junto a Ti se convierte el alma. A tu lado se insinúan poco a poco en el alma las virtudes que irradia tu corazón. Acudiré asiduamente a tu lado, ¡oh María!.
Mons. A. Sylvain