Los grandes emprendedores católicos que no se han cansado de tomar nuevas y heroicas iniciativas para hacer el bien y llevar las almas a Dios, siempre han mostrado que han puesto su confianza en la Providencia divina; no en su propio saber, prudencia o esfuerzo. Tenemos ejemplos en Don Bosco o José Benito Cotolengo.
¿Basta entonces tener confianza en la Palabra de Jesús para iniciar actividades y llevarlas a término? Es cierto que dijo: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará de añadidura”, pero ¡cuántas iniciativas buenas han fracasado, bien por durar poco por haberse iniciado con temeridad, bien porque aunque hayan durado, han acabado terminando en manos perversas!. Ejemplos cantan: hospitales con nombres sagrados donde, en manos perversas, se practican abortos, colegios, conventos, etc… convertidos en centros de actividad maléfica.
Bosco, Cotolengo y otros santos emprendedores unían a la fe y confianza, una humildad extrema; eran celosos para la salvación de las almas, tenían amabilidad, afabilidad, paciencia. Las contrariedades no les desalentaban y Jesús hacía milagros para sacarles del apuro que fuera. Cuando José Cotolengo no encontraba pan para sus huérfanos decía: “Veremos quién de los dos habrá de perder la partida, la Providencia o Cotolengo. Hasta ahora siempre ha triunfado la Providencia”
El problema de hoy, me parece, es que guía al católico en primer lugar un afán social. Aunque no se quiera reconocer, nos mueve en primer lugar la añadidura, por desprendidos que parezcamos.
Jaime Solá Grané