La muerte no es un pensamiento triste. No espanta. Para el católico, es la alegría de regresar a la Casa del Padre.
Cuando Miguel Magone, a sus 14 años, estaba muy enfermo, Don Bosco le preguntó:
-. Si el Señor te diese a elegir entre sanar o irte al paraíso, ¿qué escogerías?
-. Ir al Cielo. Lo deseo con toda el alma.
-. ¿Cuándo te irías?
-. Ahora mismo, si ésa fuese la voluntad de Dios. No tengo ningún miedo. En el juicio no estaré solo. Me asistirá la Virgen, a mi lado.
Es lo propio de las personas que han vivido conforme a la Fe. Por esto Santa Teresa de Lisieux, poco antes de morir, a los 24 años exclamaba: No deseo nada de la tierra… Sí, todavía deseo algo ¡el Cielo!
Antes, muchos monasterios y conventos se construían fuera de las ciudades. Los monjes, mirando el horizonte, sólo veían el cielo. Si la contemplación del cielo hasta donde alcanza la vistas ya les producía paz, cuando su mirada penetraba en el Cielo donde está Dios, se llenaban de alegría y fortaleza.
Puede ser bueno recordar a la madre de los Macabeos que tuvo de presenciar cómo sus hijos uno a uno eran martirizados por el tirano hasta matarlos, a causa de su Fe en Dios. Cuando llegó el turno del más pequeño, temiendo que cediese a los halagos del pagano, la madre le exhortó: “Te ruego, hijo mío, que mires al cielo”. Y el niño aceptó morir como sus hermanos.
Jaime Solá Grané