En la santa muerte de su hermano Gerardo, experimentó san Bernardo estos dos sentimientos, alegría y tristeza, que pueden parecer contrapuestos. He aquí su testimonio:
“Gerardo entró en la patria no solamente con confianza, sino incluso con alegría y con canciones de alabanza.” Le dijo a Bernardo: ”¡Qué bondad tan grande por parte de Dios al convertirse en Padre de los hombres! ¡Y qué gloria para los hombres ser los hijos y herederos de Dios!” “Confieso, continúa Bernardo, que el recuerdo de esto cambia mi tristeza en alegría, pues cuando pienso en la gloria de Gerardo casi me olvido de mi propia desgracia”.
Pero Bernardo era hombre y no podía evitar la amargura de la desdicha. Para que no creamos que los santos son como impasibles, he aquí lo que decía el Santo: “La vehemencia de mi pena extravía mi atención y la cólera del Señor ha aniquilado mi alma…Tengo que reconocer que he sido vencido. Tengo que dar rienda suelta a mi dolor interior. Tengo que exhibir mi desgracia … Todos mis consuelos y todas mis alegrías se han desvanecido… Ahora llueven las preocupaciones sobre mí, ahora me asaltan los disgustos por todos los lados. Ahora me rodean las aflicciones y me encuentran abandonado y solo… ¿quién me otorgará la dicha de morir pronto y seguirte?”
¿Para qué seguir? Llorar por la muerte de los que uno ama es aceptar este sentimiento natural, como sintió el mismo Salvador Jesús cuando lloró de compasión ante la tumba de Lázaro. Lágrimas que daban fe de su naturaleza humana.
Sí, san Bernardo y los Santos enseñan que la Fe no sufre nada, no la mengua el sentimiento de tristeza. “El llanto no es signo de poca fe, sino solamente de la debilidad del estado. “
Los santos saben que la muerte es entrada en el Reino de los Cielos, que es fuente de alegría, pero es completamente falsa la opinión mantenida por muchos de que la santidad tiende a embotar nuestra sensibilidad natural.