Continuamos con textos de Francois Mauciac, premio Nobel en 1952.
“Fijémonos en el otro sacramento que fue instituido el Jueves Santo: el Sacramento del Orden. “Haced esto en memoria mía. Esta copa es la Nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebieres, hacedlo en memoria mía”
Aquellos doce hombres son los doce primeros sacerdotes. Judas es el primero de los malos sacerdotes. Tenían ellos mismos tanta conciencia de no ser hombres como los otros que su primera preocupación, cuando Jesús desapareció de sus ojos, fue la de sustituir al traidor Judas… Fueron los primeros ordenados de una familia innumerable.
La santidad entró con Cristo en el mundo. La Iglesia es santa. Y ¿qué importa la miseria de los individuos, sus caídas, sus traiciones? La gran gloria de la Iglesia, escribe Jacques Maritain, es ser santa con unos miembros pecadores.
Las manos de unos cuantos hombres escogidos no cesarán de levantar hasta el fin del mundo, el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo. Es por la imposición de las manos que Esteban es diácono, aquel Esteban cuyo rostro, como consta en los Hechos, pareció al Sanedrín “como el de un ángel”. Aquella luz que resplandecía sobre el rostro de Esteban ya no se ha apagado; a través de los años, y a despecho de todas las negaciones, no ha dejado de bañar el rostro de los sacerdotes oscuros, ignorados; ha resplandecido en la cara ingrata del cura de Ars. Esta gracia del Jueves Santo se transmitirá hasta el fin de los siglos, hasta el último sacerdote que dirá la última misa en un universo medio destruido…
Dicen que faltan sacerdotes. En este siglo pagano, el misterio adorable es que aún los haya. No tienen ninguna ventaja humana. La soledad, a menudo el odio, la burla y en especial la indiferencia de un mundo donde parece que no hay lugar para ellos… Una atmósfera pagana los rodea… Mil voces denuncian a los que caen… Desde el Jueves Santo hay hombres que escogieron ser odiados y no ser consolados humanamente.
Para el cristiano que se esfuerza a vivir según su fe, los escándalos inevitables no cuentan al lado der la santidad del sacerdocio católico….Es en su conformidad con nuestra naturaleza caída, herida, que el catolicismo muestra que es la Iglesia verdadera”