Cuando hace años preparábamos el folleto con este título para la colección de N.C. teníamos la esperanza, casi seguridad, que superaría en éxito a títulos tan apreciados como el Vía Crucis, el Sagrado Corazón, la Confesión, la Santa Misa y otros de buena acogida. Pero, ¡ay desilusión! Ni los colegios religiosos más fervorosos lo querían.
¿Me atrevo a decir la verdad o tengo que buscar excusas? Temían distribuirlo por miedo a la reacción de los padres. Lo he meditado bastante y no creo incurrir en juicio temerario. Hay padres buenos, muy buenos cristianos, pero no “ven” a sus hijos camino del sacerdocio.
“Sacerdote, jamás. Prefiero antes que se muera, exclamó en 1884 una señora de la alta sociedad de Turín, cuando acompañada de su hijo menor visitaba a san Juan Bosco y éste le preguntó si el niño quería ser sacerdote.
La señora airada profirió la frase y en vano Don Bosco intentó cambiar sus sentimientos. Volvió a repetir la terrible imprecación y se despidió del Santo con evidente disgusto .Ocho días después Don Bosco la tenía de nuevo en su presencia, temblando y llorosa.
-. Venga pronto Don Bosco, mi hijo, el que traje el otro día, se está muriendo.
Acudió a la habitación del enfermo. Los médicos en consulta declararon ignorar de qué mal moría, pero quien en realidad lo sabía era el niño. Llamó a su madre y con voz débil pero inteligible le dijo:
-. Madre, yo sé de qué me muero. Recuerda lo que dijiste a Don Bosco. Preferiste mi muerte antes que entregarme a Nuestro señor y Él se me lleva.
Don Bosco preparó a la familia para aceptar aquella dura prueba. Prometió que sus muchachos pedirían por el enfermo. Se retiró emocionado. Pronto se enteró de que la lección divina se había cumplido: el niño había muerto.
Jaime Solá Grané