Aquel buen hombre se acercó a la Curia de una Diócesis de una importante ciudad.
-. Busco el Departamento de Seguros
-. Vaya y pregunte en Secretaría General, le contestó el conserje.
Fue amablemente atendido.
-. Aquí tenemos todos los seguros. Todos estamos asegurados. Seguros sociales, seguro de responsabilidad civil, seguro contra incendios, terremotos, rayos… Tenemos planes de pensiones. Todo en orden, todo bien asegurado.
El buen hombre aclaró que sólo era un laico que andaba buscando un seguro especial: un Seguro para Salvar su alma.
La secretaria –era verano e iba con una blusa que dejaba el ombligo al aire- tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse. Le despidió con toda amabilidad.
-. Ah, este seguro, aquí no lo tenemos.
-. Pero… me habían asegurado que aquí lo encontraría. (Se atrevió a balbucir el pobre hombre).
-. Le han informado mal. Aquí no es.
La secretaria le observó mientras se alejaba con los hombros algo hundidos. “¿Es un enfermo mental? Circulan tantos por las calles”, debió de pensar.
Efectivamente daba la impresión de estar alelado. Pero el hombre al pasar junto a un cuadro de la Virgen levantó los ojos. Le pareció que la dulce mirada de la imagen cobraba vida y que sus labios le sonreían.
Y desde aquel día el buen hombre ya no siguió buscando el seguro para salvarse: se hizo esclavo de María.
Y he aquí que yo, el reportero, lo transcribo en especial por si llega a leerlo la secretaria de la Curia. Hay un seguro para salvarse y es apropiado para todos, los miembros de una curia diocesana incluidos. Porque, ¿de qué servirían tantos otros seguros si nos faltase el único seguro?
Jaime Solá Grané