Que el Vaticano aborrezca de la diosa Pachamama. (“No tendrás otro Dios más que a Mí”)
Que resplandezca la doctrina de san Pablo respecto a la inversión sexual y matrimonio homosexual (Rom. 1- 24/32)
Que se afirme la doctrina tradicional del celibato de los sacerdotes.
Que los católicos divorciados, en tanto vivan los cónyuges, no pueden contraer nuevo matrimonio civil ni vivir como parejas de hecho. Es un estado habitual de pecado mortal que impide acercarse a tomar la Eucaristía.
Que se confirme que no es “buen cristiano”, ni puede recibir la Comunión (por querer mantenerse en el mal), al que se constituye defensor del aborto.
Que deje el sacerdocio el Obispo, el sacerdote o el clérigo que no crea firmemente que en Consagración de la santa Misa se opera la Transubstanciación. Por este defecto, hay ocasión de dar la Comunión, sacrílegamente, a no bautizados, a abortistas, a ateos, a cismáticos…
Que no se anime a los dictadores comunistas a mantener su doctrina y opresión al pueblo, aunque sea sólo mediante abrazos y sonrisas.
Que se limpie la Iglesia de los pecados de corrupción, (poder, gloria, riqueza, lujo, sexo etc..) imponiendo penas que alcancen incluso la excomunión.
Los fieles, Santo Padre, quieren ante todo la claridad de la Verdad. Para evitar caer en pecado.
Muy bien está que hayan sacerdotes, “misioneros de la misericordia”, pero lo esencial no reside en la misericordia de Dios sino en la causa: evitar el pecado. No basta predicar misericordia si no se ha avisado una y mil veces en la necesidad de no ofender a Dios. La misericordia es la medicina para el caído, pero el católico, por débil que sea, debe intentar NO CAER.
Jaime Solá Grané