Muchas naciones tienen un acopio de bombas atómicas mucho más potentes que las que destruyeron las dos ciudades japonesas. ¡¡¡Sólo Rusia tiene cerca de 4500!!!Pensamos que las naciones poderosas tienen este arsenal para hacerse los valientes, pero que nadie es capaz de repetir la orden del masón Truman. Si Hitler no quería morir sin ver cumplida su orden de que París fuera incendiada, si anhelaba poseer la bomba atómica para ser lanzada…podemos pensar que el hombre con inmenso poder, que se ve derrotado, que se ve destruido, opte también por la máxima destrucción.
Es cierto que LA MUERTE camina siempre a nuestro lado, pero no la sentimos porque ya nos hemos acostumbrado a vivir cada día…y aun teniéndola al lado, la muerte es para cada uno la gran desconocida. Por esto, tampoco queremos hacer caso a la amenaza nuclear. Ya nos hemos acostumbrado a vivir con el arsenal atómico. De la misma manera que soportamos estoicos ¡como si fuera una virtud! las mentiras, los engaños, los fraudes de políticos y gobernantes…
Siempre me ha desconcertado este contraste: mientras el católico va con santo temor al juicio de Dios inmediato a la muerte, el descreído avanza hacia la muerte cantando y bailando. ¿De verdad puede estar convencido de que después de la muerte hay sólo un aniquilamiento? No creo. “Lo importante es vivir lo mejor que uno pueda y no pensar en el más allá”. Así, es lógico que no se tema la guerra nuclear. El remedio es no pensar en ella.
Jaime Solá Grané