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LA CÓLERA TIENE SU FUNCIÓN EN LA VIDA

Esto afirma san Bernardo, añadiendo que “en una proporción no inferior a la de la mansedumbre”. Y lo prueba así: “Enfádate y no peques”, dice el Salmista.  Helí causó la ruina de sí mismo y de su nación por su excesiva bondad”.

Bernardo podía “soportar alegremente a los tontos” (2 Cor. 11,9) pero no tenía paciencia con aquellos que con sus escándalos deshonraban a la Esposa de Cristo, aquellos que adulteraban Su doctrina y oprimían a sus pobres, o con aquellos  que traficaban con las dignidades  y los oficios eclesiásticos.

Era la misma clase de pecadores que excitaron la cólera del Señor: los que dan escándalo, los traficantes sacrílegos y los fariseos codiciosos y beatos que, lo mismo que los pobres, están siempre con nosotros.

Y tanto en el Santo como en su Maestro, la indignación brotaba de un exceso de caridad divina. Esto nos dice en su sermón 44 sobre el Cantar de los Cantares: “Si amáis a Jesucristo con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma y con toda vuestra fuerza, ¿es posible que os contengáis cuando veis que Él es víctima  del insulto y del ultraje? Claro que no.  Mas bien cada uno de vosotros, arrebatados por el espíritu de un justo celo, “como un hombre poderoso que ha sido embriagado por el vino (Sal. 77/65) e inflamados con el santo ardor  de Finees (Num25,7) diréis con el salmista: “Mi celo me ha hecho desfallecer porque mis enemigos han olvidado tus palabras” (Sal. 118, 139) y con el Salvador: “El celo de tu casa me ha devorado” (Jn. 2,17)

Ailbe J. Luddy

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