Espero no errar mucho si digo que el gran pecado de los católicos es hoy el pecado de omisión: la falta de celo por la salvación de las almas. Priman las Obras de Misericordia corporales.
Escribía san Bernardo: “Indudablemente es una cosa gloriosa estar en condiciones de prestar un servicio a Dios, pero es también una cosa muy peligrosa poseer este poder y no utilizarlo”. Son muchísimos los católicos en puestos relevantes de la economía, política, por ejemplo y uno se pregunta ¿qué hacen para la salvación de las almas? Recuerdo a un pobre laico que alojaba a indigentes en su casa y a cambio de la comida y techo les pedía una hora al día de rezar juntos y así agradecer a Dios la ayuda. Si eso hacía un pobre hombre, ¿qué podría hacer un Isidro Fainé, por ejemplo, tan ensalzado y glorificado por todos? No digo que no haga mucho, muchísimo…Lo cito sólo como ejemplo de católico y gran triunfador.
Parece que el celo por la salvación de las almas sea la asignatura pendiente de los católicos. Es cierto que cada uno tiene su problema personal, familiar y social. Pero el apostolado es tarea de todos. Recuerdo como ejemplo vivo a Joaquín Romero, postrado años y años a causa de su enfermedad. Sólo el Señor puede evaluar el bien que hizo a tantas personas necesitadas de ayuda espiritual. La enfermedad, “su invitado imprevisto”, fue el medio para remover conciencias. A la muerte de mi esposa, le faltó tiempo para llamarme y decirme: “Está camino del Cielo”. Era como los santos: muy pocas palabras bastaban para consolar.
Cada uno en su sitio y lugar, tiene el deber de ser apóstol.
Jaime Solá Grané