Uno de los más grandes convertidos de todos los tiempos fue el pastor anglicano, Juan Enrique Newman quien, al dar el gran paso decía a un amigo: “Ya sé lo que me cuesta. Dejo familia, amigos, conocidos, todos los que me han hecho bien. Ya sé que voy a ser la risa de todos y que yo mismo me destierro de la sociedad…”
Sin embargo, ni una perspectiva tan dolorosa logró vencer su valor, porque él se sabía sostenido por la verdad, y con esto, segurísimo de la ayuda de Dios. Si bien, ¿quién podrá medir el fruto de un sacrificio tan gigantesco? Pues almas como éstas, “que no pecan nunca contra la luz” son las que renuevan continuamente el poder espiritual de la humanidad.
La verdad íntegra, la verdad total, la que desconoce claudicaciones, la que sigue las huellas de Cristo, ésa vive de heridas, aunque a veces no de heridas físicas, pero siempre de sangre de corazón.
La verdad ciñe la frente de los muy suyos, no con diadema de brillantes, sino con corona de espinas, a semejanza del Maestro. Mas esta corona, la que hiere, la que humilla ante los que no saben a lo que puede obligar la grandeza de la verdad, es la que confiere al espíritu el dominio de la vida, la que comunica el poder y libertad como ningún otro cetro y trono visible. Sólo con la verdad el hombre se hace señor de la vida, sólo con ella triunfa, sólo con ella llega a Dios ya desde aquí abajo.
Si tenemos la suerte inmensa de sentir en nuestro espíritu el aguijón de la verdad, defendámosla contra todos los escriba y fariseos, contra todos los hipócritas y mercaderes, contra todos los pusilánimes, tímidos o cobardes
M.B. Kolb