Meditación del día

3 de Noviembre

Festividad de San Martín de Porres, Cuarto, Silvia, confesores de la Fe; Huberto; Engracia y los Innumerables mártires de Zaragoza; Armengol, Domnino, Pirmino, obispos; Valentín, presbítero; Hilario, diácono; Germán, Teófilo, Cirilo, Mariano, Cesáreo, Vidal, mártires; Beato Ruperto Mayer, presbítero.

Introito:

María, medio de consuelo, y no el menos eficaz, como lo han experimentado las personas espirituales que asisten a los enfermos, confortándoles en aquel último trance de la muerte, es la devoción cordial con la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Señora nuestra. La cual favorece y conforta singularísimamente a los que en vida la han servido, defendiéndolos del común enemigo y de las tentaciones y espantos con que procura aterrarlos y vencerlos en aquella última hora, en que la piadosísima Reina acude con sus ángeles a consolarlos y asistirlos, alegrándolos con su presencia, confortándolos con su vista, alentándolos con la esperanza de la gloria, deshaciendo las tinieblas de las tentaciones que levantan los demonios, y esclareciendo los entendimientos de los suyos con la luz de la verdad, y los resplandores de la gracia: destierra con su presencia los enemigos, y allana el paso del cielo, y no desampara a sus devotos, hasta colocarlos en las sillas del cielo, acompañándolos en el tribunal de Dios, y haciendo por ellos oficio de abogada, defendiendo sus causas hasta sacarlos victoriosos. Por lo cual uno de los medios más eficaces que pueden usar los fieles en el discurso de la vida para tener buena muerte, es la devoción cordial con esta celestial Reina; y para el mismo trance, cuando se llega aquella hora, es el mayor conforte que pueden hallar, su invocación y patrocinio (Card. Belarmino).

Meditación: Con las manos juntas

Según Santo Tomás de Aquino, el JUNTAR LAS MANOS es señal de oración humilde y resignada.

Cuando la mente se siente incapaz de orar, pueden los labios articular palabras, y por eso mismo algo de nosotros pertenece aún a Dios. Y cuando el tedio o la fatiga o la impotencia de hablar se apodera de nosotros, nos queda siempre el recurso de orar con nuestra actitud, y de ofrecer a Dios nuestro ademán.

Para orar bien, nos bastaría juntar nuestras dos manos, conformando al ademán exterior la actitud de nuestra alma. Los ascetas egipcios no exigían a Thais, la pecadora, para que recobrase el candor bautismal, sino que se volviese hacia el oriente al salir el sol, y que dijese: Tu qui plasmasti me, miserere mei. Tú que me has creado, ten piedad de mí.

¿Qué la postura de las manos juntas es extravagante? ¿No nos dicen nada las manos juntas de los niñitos, las manos juntas de las niñas que hacen su primera comunión envueltas en sus tules de muselina, las manos juntas de los obreros y las de los esposos cristianos que todos los días, uno al lado del otro, ante la incertidumbre de los mañanas que les depara la Providencia, piden a Dios Padre las energías para no desfallecer?

Efectivamente, ¿qué queremos decir cuando, para rogar a Dios, juntamos nuestras manos mortales sin añadir a esa actitud una sola palabra, como el enfermo, cuya miseria es demasiado elocuente que necesite apoyarla en ningún comentario?

En las manos juntas vemos las manos cautivas, las manos que no quieren resistir, y que renuncian a permanecer independientes; en las manos juntas vemos las manos que se abandonan, que se entregan, que consienten; las manos de la mansedumbre y de la docilidad, y por lo tanto, las manos de la oración.

Señor, cuando ves levantarse por doquier hacia ti las manos juntas de tus fieles, sólo tú puedes conocer con qué lazos invisibles se hallan en realidad aprisionadas, y qué espíritus malos quieren retenerlas prisioneras. Sólo tú sabes que nuestras rebeldías nunca nos han conseguido la libertad; sólo tú, que has padecido antes que nosotros, conoces hasta qué punto estamos aferrados a nuestras antiguas servidumbres.

Y ahí las tienes, Dios mío, estas mis manos de cautivo; no quiero reclamar, ni aun reflexionar, estoy fatigado, y aspiro a encontrarte en la calma; mira, mis dos manos juntas resumen toda mi oración, y espero, como el que lleva una bandera de paz, y cuyos labios permanecen cerrados.

¿No podríamos nosotros, en la intimidad de nuestra morada, al atardecer, durante algunos minutos, saber lo que hacemos al juntar nuestras manos de hombres, esas manos que ejecutan los designios de nuestro Dios, las manos de que se sirve actualmente para obrar, para bendecir, para aliviar, para absolver, para levantar, para combatir; nuestras manos, a las que paralizan y aprisionan tantos defectos secretos, tanto orgullo maligno, tanta pereza enervante?

Dios mío, al juntar mis dos manos, quiero decirte que tú eres mi único Dueño. Sí, a ti me entrego cautivo. ¿Por qué continuar mintiendo y tratando contigo de poder a poder? ¿Por qué no pondría yo entre tus manos eternas mis dos manos juntas? Mi vida y todo lo que de ella llevaré conmigo se contiene en su intervalo. Guárdame; es el único modo que tengo de huir de mis tiranos (P. Pierre Charles)

 

Oración:

Está siempre conmigo, ¡oh Virgen misericordiosa! y dame tu ayuda en esta presente vida, y guarda mi alma en el punto de la muerte, echando y apartando de mí la tenebrosa vista de los demonios, y librándome en el día del juicio de aquella sentencia horrible y espantosa de la condenación eterna (San Efrén).

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Noticias Cristianas

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