1 de Noviembre: Solemnidad de Todos los Santos
Ss. Juan, Audomaro, Austremonio, Vigor, Marcelo, Licinio obs.; Diego pb.; Cesáreo, Sabas, Dacio, Benigno, Cirenia, Juliana, Pedro de Barco de Ávila mrs.; Severino monje.
Introito
Madre de todos los santos; Madre de toda santidad; Madre de la Iglesia triunfante y militante. (B. Dionisio Cartujano.)– Quien no cree que Dios obra por su Iglesia lo que hizo por María, desdichado es (Aponio).
Arca y joyero de toda santidad, por lo cual se dice de ella que tiene morada y detención en la plenitud de los santos. Y eso se ha de entender, no solamente de la morada pasiva con que esta Señora está engastada y como contenida en la plenitud de los santos, sino de una manera de morar activa, con que es ella misma arca de los santos, y los contiene y sustenta en la plenitud de su santidad, y juntamente detiene a Dios, para que no castigue a los malos; a los demonios, para que no nos empezcan; a las virtudes, porque no se nos huyan y vayan de casa; y a nuestros méritos los detiene y sustenta, para que no perezcan (Cardenal Hugo).
Resplandeciente y esclarecido atrio de Dio. (Bernardino de Bustos).
Impetuosa corriente de delicias que alegra la ciudad de Dios (José de Jesús María).
Arrimo y estribo para subir las almas al cielo por alta contemplación acompañada de oración fervorosa en esta vida, hasta llegar a gozar de la dulce fruición de la otra (San Andrés Cretense).
Meditación: La oración
La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios. Mejor dicho, es una dulce conversación de un hijo con su padre.
Para mejor haceros cargo de la excelsitud de la oración, considerad cómo es una vil criatura la que Dios recibe en sus brazos para prodigarle toda suerte de bendiciones. ¿Queréis saber aún más? La oración es la unión de cuanto hay de más vil con lo más grande, más poderoso, más perfecto en todos los órdenes que imaginar podamos. Decidme, ¿necesitamos algo más para penetrarnos de la excelencia y necesidad de la oración? Ya veis, pues, cuán necesaria sea ella para agradar a Dios y salvarnos.
Por otra parte, no podemos hallar la felicidad aquí en la tierra si no amamos a Dios; y solamente podemos amarle orando. Así vemos que Jesucristo, para animarnos a recurrir frecuentemente a la oración, nos promete no denegarnos nada cuando oremos de la manera debida. Mas nos hay necesidad de ir muy lejos para convenceos de que debemos orar con frecuencia; no tenéis más que abrir el catecismo, y allí veréis que el deber de todo buen cristiano es orar por la mañana, por la noche, y a menudo durante el día: o sea, hemos de orar siempre.
Un cristiano que desea salvar su alma, por la mañana, al despertarse, debe hacer la señal de la cruz, consagrar su corazón a Dios, ofrecerle todas sus obras y prepararse para la oración. No ha de empezar jamás el trabajo sino después de haber orado. No perdamos nunca de vista, que es la mañana el momento en que Dios nos tiene preparadas todas las gracias necesarias para pasar santamente el día; pues Él sabe y conoce todas las ocasiones que de pecar se nos presentarán, y todas las tentaciones a que el demonio nos someterá durante el día; y si oramos de rodillas y cual debemos, el Señor nos otorgará todas las gracias que necesitemos para no sucumbir. Por esto el demonio hace cuanto puede para que dejemos la oración o la hagamos mal, plenamente convencido, como lo confesó un día por boca de un poseso, de que, si puede obtener para sí el primer momento de la jornada, tiene ya la seguridad de obtener para sí lo restante. ¿Quién de nosotros podrá oír, sin llorar de compasión a esos pobres cristianos que se atreven a deciros que no tienen tiempo parar orar? ¡Pobres ciegos! ¿Qué obra es más precios, la de trabajar por agradar a Dios y salvar el alma, o la de dar de comer al ganado de las cuadras, o bien llamar a los hijos o sirvientes para enviarlos a remover la tierra o el estercolero? ¡Dios mío, cuán ciego es el hombre!… ¡No tenéis tiempo!», más, decidme, ingratos, si dios os hubiese enviado la muerte esta noche, ¿habríais trabajado? Si Dios os hubiese enviado tres o cuatro meses de enfermedad, ¿habrías trabajado? Id, miserables, merecéis que el Señor os abandone en vuestra ceguera y en ella perezcáis. ¡Hallamos ser demasiado dedicarle minutos para agradecer las gracias que en todo momento nos concede! –Quieres dedicarte a tu tarea, dices: Pero, amigo mío, te engañas miserablemente, ya que tu tarea no es logra que agradar a Dos y salvar tu alma; todo lo demás no es tu tarea: si tú no la haces, otros la harán; Vete, eres un insensato: cuando estés en el infierno, entonces conocerás lo que debías practicar, y desgraciadamente, no has practicado.
Pero, me diréis, ¿cuáles son las ventajas que con la oración obtenemos, para que hayamos de orar con tanta frecuencia? –Velas. La oración hace que hallemos menos pesada nuestra cruz, endulza nuestras penas y nos vuelve menos apegados a la vida, atrae sobre nosotros la mirada misericordiosa de Dios, fortalece nuestra alma contra el pecado, nos hace desear la penitencia y nos inclina a practicarla con gusto, nos hace comprender y sentir hasta qué punto el pecado ultraja a Dios Nuestro Señor. Mejor dicho, mediante la oración agradamos a Dios, enriquecemos nuestras almas y nos aseguramos la vida eterna. Decidme, ¿necesitamos aún más para decidirnos a que nuestra vida sea una continua oración mediante nuestra unión con Dios? ¿Cuando se ama a alguien, hay necesidad de verle para pensar en él? No, ciertamente. Por lo mismo, si amamos a Dios, la oración nos será tan familiar como la respiración. Sin embargo, debo advertiros que, para orar de manera que dicha práctica pueda lograrnos los favores que os acabo de enumerar, no basta dedicara ella un breve instante, ni hacerla con precipitación. Dios quiere que empleemos en la oración el tiempo conveniente, que haya espacio suficiente para pedirle las gracias que nos son necesarias, agradecerle sus favores y llorar nuestras culpas pasadas, pidiéndole perdón de las mismas.
Pero, me diréis, ¿cómo podemos orar continuamente? –Nada más fácil: ocupándonos de Nuestro Señor, de tiempo en tiempo, mientras trabajamos; ora haciendo un acto de amor, para testimoniarle que le amamos porque es bueno y digno de ser amado; ora un acto de humildad, reconociéndonos indignos de las gracias con que no cesa de enriquecernos, ora un acto de confianza, pensando que , aunque miserables, sabemos que Dios nos ama y quiere hacernos felices. O también, podremos pensar en la pasión y muerte de Jesucristo: le contemplaremos en el huerto de los Olivos, aceptando la pesada cruz; nos representaremos su coronación de espinas, su crucifixión y si queréis, recordaremos su encarnación, su nacimiento, su huida a Egipto; podemos pensar también en la muerte, en el juicio, en el infierno o en el cielo. Rezaremos algunas preces en honor del santo Ángel de la Guarda, y no dejaremos nunca de bendecir la mesa, ni de dar gracias después de la comida, de rezar el Angelus, y el Ave María cuando dan las horas: todo lo cual nos va recordando nuestro último fin, nos hace presente que en breve ya no estaremos en la tierra y así nos iremos desligando de ella, procuraremos no vivir en pecado por temor de que la muerte nos sorprenda en tan miserable estado. Ya veis, cuán fácil es orar constantemente, practicando lo que hemos dicho. Esta es la manera cómo oraban siempre los santos. (Santo Cura de Ars)
Oración
Bien que de todos los santos y ángeles de la patria bienaventurada reciba favor el pueblo cristiano, en ti, Señora, principalmente, como en el lago adonde acuden todas las aguas celestiales que vienen del divino Líbano, beben las gracias y los adornos de su santidad y las seguridades de una próspera peregrinación hacia el suspirado término. Porque todo nos pone a los ojos con clarísima evidencia que de todos los santos y ángeles os valéis para más ayudarnos y favorecernos hasta ver en nuestras manos la victoria palma. San Bernardo.