Artículo del día Para vivir feliz

UNA VISIÓN

Es de noche.

En su lujoso gabinete, medio tumbado en un sofá, con­ templa un hombre de mundo,  un diputado, las graciosas espirales que desarrolla el humo de su exquisito cigarro.

Por los cristales de las ventanas penetran los rayos de la luna, irisándose de suaves colores y paseándose en silencio sobre las pieles de oso blanco que cubren el en­tarimado.

El hombre de mundo se decía a sí mismo:

¿Qué escéptico misántropo sostenía que todo en este mundo es vanidad, excepto amar a Dios y servirle a Él sólo?

La gloria me llama con su más ardiente sonrisa.

Cuando sea Presidente ¿Qué me faltará?

¿Qué me importará entonces Dios y todas  las fantasmagorías sobrenaturales?  Seré feliz, me mimará la gloria. ¿No es por ventura la gloria la dicha soñada?

Mas he aquí que de los cristales góticos se destaca una aparición sombría, una sombra negra, cubierta de un lienzo blanco.

Se adelanta, deslizándose por un rayo de luna, y se coloca ante el soñador asombrado.

-Dime, hermano: ¿Qué es lo que tú llamas la gloria? El nombre de hermano vibraba de modo extraño en el silencio de la cámara.

El diputado se estremeció.

-¿La  gloria?… Es el fin de toda aspiración humana. Es el hombre elevado por encima de todos los hombres. Es la posesión de todo lo que puede hacer a uno ilustre, poderoso, dominador, envidiado de todos.

-¡Y  para poseer esta gloria, ¿Qué te falta? ¿Qué ca­ mino has recorrido y, a en pos de ella? ¿Qué trayecto te falta por recorrer?

Entonces como en una vaga visión, el diputado ve desfilar sus recuerdos de la infancia, sus humildes sue­ños del hogar, sus ambiciones sencillas al principio, más grandes a medida que se realizaban.

Se ve cuando era pequeñín; las mujeres de la aldea lo admiran cuando lo ven sentado sobre las rodillas de su madre. ¡Que niño tan hermoso: cuánto honor hará a su familia!

Y sonríe dulcemente

Luego vienen los años de colegio, los repartos de premios, en los que  numerosas coronas se depositaban so­bre su cabeza y oye los aplausos unánimes de la concu­rrencia.

Después llega el estrado, los éxitos de su elocuencia,

centenares de auditorios palpitantes bajo la opresora con­ moción de sus arengas, las conferencias públicas, las masas, locas de entusiasmo que le aclaman…

Más tarde el Gobierno mismo…

Y entonces los triunfos se persiguen como por arte de encantamiento: fortuna, ovaciones, honores, No hay más que abajarse para recoger todas esas flores de la gloria, esparcidas a sus pies.

Y exclama:

-¡He ahí la gloria; ya empieza a rodearme con su au­reola!

Pero la voz reposada y serena de la sombra que Le mira fijamente, vuelve a hacerse oír:

-¿Qué te falta aún, hermano?

-Seré Presidente del Gobierno,  me codearé con Los poderosos de la tierra.

-¿Y después?

-¿Después? Conoceré lo más ilustre del mundo en nobleza, ciencias, letras, bellas artes… En dondequiera que me presente seré bien recibido, dominaré en todas partes…

-¿Y después?

-Todos los emperadores de La tierra no serán más que mis iguales o mis inferiores… y entonces ya no tendré a nadie que me mande.

Pero al punto le pareció oír una sonrisita burlona que le dirigía estas palabras:

 

-¡Oh, oh! Aun cuando Dios no exista, siempre tendrás a alguien que mande.

-¿Quién?

-¡Yo, HERMANO!

Y en el rayo de luna que borraba lentamente la som­bra de una nube, desapareció en la visión.

El diputado se estremeció: había reconocido  a la muerte.

Y le pareció que un soplo helado pasaba por su fren­te, y que al propio tiempo murmuraba una voz  por lo bajo:

¡Hasta luego, hermano!

 

Mons. A. Sylvain

About the author

Noticias Cristianas

A %d blogueros les gusta esto: