Año 1608. Vicente de Paúl, un joven sacerdote aprovecha la oscuridad de la noche para recoger los niños abandonados. Después de haber permanecido cautivo de los piratas turcos y de agradecer a la Virgen María su liberación, Vicente ha comprendido la misión que Dios le tiene reservada. Es cuestión de no perder un minuto. Un do mingo pide a sus feligreses de Chatillón que ayuden a una familia necesitada . La gente se vuelca.
San Vicente exclama: «Este es un caso de mucha caridad, pero mal organizada, porque esos pobres enfermos tienen ahora demasiadas provisiones, dejarán malgastar parte de ellas y volverán después a su primera necesidad».
Con su espíritu práctico traza un reglamento para las mujeres caritativas y piadosas de Chatillón: así nacen las cofradías y asociaciones de caridad. En otras poblaciones crea reglamentos análogos para cuantos quieren reunirse bajo su dirección. Son las famosas Conferencias de San Vicente de Paúl.
Las Hijas de la Caridad
Es la obra cumbre de San Vicente. De acuerdo con Santa Luisa de Marillac, planea y establece una obra audaz: hasta entonces las mujeres consagradas vivían
en claustros. Les propone que vivan en medio del mundo, abnegadas en salvaguardar la caridad angélica: «Tendrán por monasterios las casas de los pobres, vivirán en la calle y en los hospitales; su clausura será la obediencia, y su velo, la santa modestia» . Su grandeza de alma provoca un grito de admiración que no ha cesado de resonar en la conciencia católica.
Descubriendo su vocación
Trabaja en la casa de los condes de Gondi. Aprovecha su cargo para la evangelización de los condenados a prisión o a las galeras y socorrer a los pobres. En su corazón tiene grabadas las palabras de Jesús: «Me ungió para evangelizar a los pobres» (Le 4 18 . Un día le llaman de una aldea a confesar a un labriego moribundo que por vergüenza había callado sus pecados más graves en anteriores confesiones; esto le es ocasión de palpar con horror la ignorancia de la gente del campo. Predica en los pueblos la confesión general. Se inicia así la futura Congregación de la Misión; y para que esta buena semilla no se pierda por la inconstancia, fomenta la formación del clero mediante Ejercicios Espirituales, Conferencias y Seminarios, etc.
Se instala la Congregación, para llevar vida común y fervorosa, en la residencia de San Lázaro, que llega a ser el centro de la caridad material y espiritual de París. Funda diversos hospitales para la acogida de mendigos y reparto de limosnas.
Francia está terminando la guerra de los Treinta Años, y quedan regiones enteras reducidas a la miseria; reinan el hambre y la peste. Vicente no se queda quieto: postula en la Corte, organiza la caridad, recoge limosnas, y envía misioneros con el auxilio mate rial y espiritual necesario. Merece el nombre de «Salvador de la patria». Sus misioneros se extienden por todo el mundo.
El secreto de este amor práctico es su vida interior. Se levanta a las cuatro, dedica a penitencia y a la oración las primeras horas del día; después la Santa Misa con gran devoción. Durante el día se da al trabajo sin permitirse tregua. Dice: «Un sacerdote debe tener siempre más trabajo que el que puede realizar ». La muerte le abrazó en 1660, a los 84 años.