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TESTIGOS DE CRISTO: San Alfonso Mª de Ligorio

En 1723 le confiaron un pleito de mucha importancia, cuando era un brillante abo­gado: defender un caso contra el Gran Du­ que de Toscana. Empleó un mes en el es­tudio del proceso. Seguro del triunfo, se presentó ante el tribunal y defendió su te­sis con gran elocuencia. Todos los asis­tentes daban por ganada su causa cuan­ do el abogado contrario le señaló en un documento una circunstancia esencial que destruía por su base toda su defen­sa. El efecto fue fulminante; avergonza­do, dijo: «Me he equivocado; estaba en

un error«. Salió en seguida de la sala «Mundo falaz, te conozco bien: en adelante ya nada serás para mí» . Dios usa esta estratagema amorosa para arrancar las almas del mundo y atraerlas hacia Sí.

Alfonso había nacido en 1696 cerca de Nápoles. Era el primogénito del marqués de Ligorio. A los dieciséis años ya tenía el Doctorado en Derecho. Llevaba vida de socie­dad: frecuentaba los espectáculos mundanos y las reuniones sociales.

El juicio perdido tuvo resonancia en toda la ciudad y en él. Alfonso lloraba y no comía. Su lucha siguió durante tres meses, y Dios triunfó. Se decidió a dejar los tribunales y dar una orientación más alta a su vida.

Tenía veintisiete años cuando empezó una vida austera,

y a estudiar para el sacerdocio, a la vez que sacaba tiempo para enseñar el catecismo a la gente pobre de subur­ios y pueblos con gran humildad, celo y paciencia. En tres años fue ordenado sacerdote.

Pastor de almas y Fundador

Se dedicó a la predicación. Convertía y asombraba a to­dos tanto por su sabiduría como por su santidad. Decía:

«Un sacerdote que no predica a Jesús crucificado, se pre­dica a sí mismo. falta a las obligaciones de su sagrado ministerio y no obtiene provecho alguno» . También logró hacer un bien inmenso en el confesonario. Jamás tuvo el dolor de despedir a un penitente sin haberlo reconciliado con la Misericordia de Dios.

En ese ambiente misionero se desarrolla su vocación de fundador. En 1732 se encuentra con otros misioneros, capta el estado de abandono de los pastores y campesinos, y hace suyo el lema del Evangelio: «He sido enviado a evangeli­zar a los pobres». Dios le hace saber su voluntad por medio de una santa religio­sa. Se asesora con su confesor y funda con varios compañeros la Congregación del Santísimo Redentor, cuyo fin es ex­clusivamente apostólico: «seguir a Jesucristo por pueblos y aldeas, predicando el Evangelio por medio de misiones y catecismos».

Obispo y Teólogo

Es nombrado Obispo de Santa Águeda de los Godos a los 66 años, y su pontifi­cado dura trece años. Durante este tiempo lleva por dos veces la Misión a todos los pueblos de su diócesis, en la que Él mismo predicaba una parte. Reforma el seminario y el Clero. Dirige sus escritos a la defensa de la fe y la Iglesia contra los ataques de las nuevas filosofías.

Joven aún, había hecho voto de no perder nunca una solo instante de tiempo. Juzgaba perdido lo que no estuviera dirigido a Dios y a la salvación de las almas. Esto le permitió escribir innumerables obras de sólida piedad, de teolo­gía moral y de controversia religiosa, para perpetuar su apostolado. Se le ha concedido el título de Doctor de la Iglesia y patrono de confesores y moralistas. Habla con sencillez de las verdades eternas, las ocasiones de peca­ do, los medios de perseverancia, etc. Su moral es una unión admirable del teólogo y moralista con la experiencia del confesor y misionero.

Insiste en que la oración es fácil y que todos pueden re­

zar. Hay que hacérselo creer así al pueblo. Además, la oración es el medio universal para obtener todas las gra­cias. Con este medio alcanzarán las gracias eficaces para salir del pecado y perseverar. De aquí su principio: «El que reza se salva, y el que no reza se condena». Descargado de su cargo episcopal por el Papa, vuelve a su amada Congregación. Allí vivirá doce años más hasta su muerte en 1787, a los noventa años.

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