Que elevan a lo alto su animosa mirada, y ven las cosas invisibles y esperan de Dios la luz, la protección, el éxito.
Hombres de libertad, exentos de toda afrentosa servidumbre, sin otro temor que el de Dios, ni otros señores que la justicia y el bien.
Hombres amantes del deber, que aceptan sin debilidades las ásperas luchas de la existencia, que prefieren, a los placeres enervantes y ruidosos, las serenas alegrías fa miliares.
Hombres de caridad, que arrojan de su corazón su egoísmo y hacen suyas las penas y las alegrías del prójimo, no viviendo para ellos sino para todos.
Hombres de esperanza, no obstante las ruinas de lo presente y las incertidumbres de lo porvenir. En lo alto está Dios, sol del alma; las nubes los velan a veces pero Dios no muere.
Hombres de actividad. ¿No oímos las obras que nos llaman?
Hombres animosos, siempre dispuestos a volver a empezar después de un fracaso.
Mons. A. Sylvain