La visión que tuvo en enero de 1899 es tremenda. La narra así:
«En un abrir y cerrar de ojos me encontré en una región baja, negra y fétida, llena de mugidos de toro, de rugidos de león, de siseos de serpientes. Una gran montaña se elevaba escarpada ante mí y estaba completamente cubierta de áspides y basiliscos que estaban enredados entre sí. La montaña viva era un clamor de maldiciones horribles. Era el infierno superior, es decir, el infierno benévolo. En efecto, la montaña se rasgó de un golpe y en sus flancos abiertos vi una multitud de almas y demonios entrelazados con cadenas de fuego. Los demonios, extremadamente furiosos, molestaban a las almas, las cuales gritaban desesperadas. A esta montaña le seguían otras montañas más horripilantes, cuyas vísceras eran escenario de atroces e indescriptibles suplicios. En el fondo del abismo vi un trono monstruoso, hecho de demonios terroríficos. En el centro, una silla formada por los jefes del abismo. Satanás se sentaba encima, en su indescriptible horror y desde allí observaba a todos los condenados. Los ángeles me explicaron que la visión de Satanás conforma el tormento del infierno, así como la visión de Dios constituye la delicia del paraíso. Entretanto, me di cuenta de que el tosco cojín de la silla era Judas y otras almas desesperadas como él. Le pregunté a los ángeles de quiénes eran esas almas y obtuve esta terrible respuesta: “Ellos fueron dignatarios de la Iglesia y prelados religiosos”. Y vi en ese abismo precipitarse una lluvia de almas».
Y en otra visión: «En el infierno hay varias almas con un libro en la mano. Los demonios los golpean con varas de fuego en la boca, con mazas de hierro en la cabeza y con punzones agudos traspasan sus orejas. Son las almas de los religiosos espurios que adaptaron la regla a su propio uso y beneficio. Otras almas están encerradas en sacos y ensartadas por los diablos en la boca de un horrendo dragón que las devora eternamente. Son las almas de los avaros. Otras burbujean sumergidas en un lago de inmundicias. De tanto en tanto se escapan algunos rayos. Las almas quedan incineradas, pero después recobran su estado anterior. Los pecados que han cometido son los más graves que alguien haya podido imaginar. Todos los caminos del infierno están cubiertos de cuchillas, hachas cortantes. Y monstruos, monstruos por doquier. Y hay una voz que grita: “Será siempre así. Siempre, siempre, siempre”
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