He conocido a sacerdotes e incluso a algún Obispo que, en un santo afán y celo por la salvación de las almas, y frente al peligro del progresismo religioso y la teología de la liberación, intentaron crear institutos y asociaciones fundadas en la más rigurosa disciplina tradicional. Hasta aquí todo muy bien. Pero al desaparecer el fundador, los componentes se rebelaban contra Roma y sus comisarios. Una desobediencia muy difícil de comprender y que a veces, erróneamente, se quería fundar en intereses económicos. Creo que la verdad iba por otros caminos.
El Fundador de este tipo de asociaciones pretendía la santidad de cada miembro. Algo verdaderamente asombroso. De los tres grados en que un alma puede hallarse -pecado grave, pecado venial o imperfección- de tal modo se apreciaba la perfección que, dando por supuesto la carencia de pecados, todo se cifraba en evitar las imperfecciones. Entre todos los supuestos, escoger el más perfecto. Ello llevaba a renuncias asombrosas, a ayunos inmisericordes, a disciplinas casi sangrientas.
¿Cuándo vino el problema? Con la obediencia. Si un superior externo a la asociación, un obispo por ejemplo competente en plaza, ordenaba algo menos perfecto que lo que exigía el Fundador, se obedecía a éste. Si uno hubiera estado formado en una obediencia racional, habría examinado si la orden del Obispo era pecado; en cuyo caso debía desobedecer. Pero si se trataba de algo imperfecto, la obediencia no irracional habría aconsejado siempre obedecer antes al Obispo que al Fundador.
Esta insignificante grieta resquebraja todo el edificio. Cuando los fundadores desaparecen, especialmente por la muerte, y la Iglesia decide intervenir no para imponer algo pecaminoso, por supuesto, sino para situar el grupo en los principios más actuales de la Iglesia, los sucesores estiman que sus estatutos, sus reglas son más perfectas y ello les da todo el derecho a desobedecer. No se dan cuenta que, para mantener una supuesta perfección, caen en una desobediencia, que es un pecado muy grave.
Iniciado este camino ya no hay marcha atrás y se siguen disparates tras disparates… Todo por un inicial error que, como grieta insignificante, no fue detectada a tiempo.
Jaime Solá Grané