Hay que ser muy piadosos, para estar persuadidos de que la mano de Dios es la que da por nuestras manos; de que la palabra de Dios es la que se deja oír por nuestros labios; de que el afecto de Dios es el que se difunde por nuestro corazón; de que nos ponemos a la disposición de Dios para ayudarle a ser bueno.
Dios no permitirá que se empobrezca el que da en su nombre.
«Yo me considero como la pequeña proveedora de Dios -nos decía una obrera que vivía de su jornal; – salgo cada día para ir al trabajo, y cada día, sin que lo bus que directamente, encuentro un pobre, y a veces dos, y les doy limosna. Estoy de tal modo persuadida de que Dios los pone en mi camino, que me pregunto al salir:
¿A quién me enviará hoy Dios Nuestro Señor?
El dar no empobrece
El sol canta:
A todo lo que vive en la tierra le doy en el curso del día mis rayos que iluminan, que calientan, que maduran, que fecundan; y mi generosidad sin medida no disminuye ni mi gloria ni mi brillo.
La fuente canta:
A todos los que la fatiga del camino o el calor del día produce sed, les permito refrigerarse en mis límpidas ondas; y mis ondas corren siempre tan fecundas y tan puras.
El árbol canta:
A todos los pájaros del cielo ofrezco puesto en mis ramas; a todos los viajeros cansados, un abrigo bajo mi techo de follaje; y mis ve des hojas no pierden su frescura.
La flor canta:
A todos los vientos que pasan entrego mi perfume; a todas las abejas que me la piden les doy mi miel, y siempre conservo, siempre en todo mi esplendor, mi gracia y mi belleza.
El pájaro canta:
A todos los que se dejan cautivar por los acordes armoniosos, les prodigo mis cantos tristes o alegres; y ja más se agota la ola de mis notas argentinas, ni jamás se debilita el hechizo de mis cadencias melodiosas.
Tú, alma mía, presta tu consuelo al afligido que llora; tú, mano mía, da el óbolo de tu abundancia y aun el de tu pobreza; tú, corazón mío, da un poco de tu afecto.
Mons. A. Sylvain