Recordemos las palabras de Pío VII a Napoleón, que le retenía prisionero en Fontainebleau.
-Señor -le dijo el Pontífice después de oír las terribles amenazas de su carcelero; -Señor, dejo en manos de Dios la venganza de mi causa; es la suya.
-¡Valiente tontería! -exclamó el Emperador en tono de desprecio. –Vuestro viejo buen Dios, cuya causa os gloriáis de representar, es el producto de la superstición.
–¡Emperador – le interrumpió el Papa, levantando la mano,- conteneos! ¡El viejo buen Dios vive todavía, y os quebrantará cuando se llene la medida!
Doce años después, el Águila vencida abatió sus alas sobre la roca de Santa Elena.
-Joven -dijo Napoleón a un pajecillo que había sido testigo de la terrible escena de Fontainebleau (el conde de Rethel), – ¿Te acuerdas de Pío VII, de su predicción, de sus palabras espantosas?
-Pues bien, hijo mío, el Papa no fue un falso profeta.
¡No he sido quebrantado por los hombres, sino por Dios!