Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO: Santa Catalina de Siena

Es la penúltima de veinticinco hijos. Cuando a los quince años toma la decisión de entregarse a Dios, la oposición familiar estalla: ya tenían decidido su matrimonio. Como represalia, Catalina es maltratada durante cuatro años y tenida como sierva en su casa. Ella aprovecha estas contrariedades para entrar en la «celda interior», «adentrarse en el conocimiento de sí misma y de sus pecados», y aumentar el trato habitual con Dios. A pesar de la presión familiar, trabaja con paz y alegría, y no desiste de su primer deseo de virginidad.

Por un tiempo su vida interior aflojó al querer complacer a una hermana suya, y dejarse llevar de la vanidad: vestidos, maquillajes… Pero esta hermana murió pronto, y el alma de Catalina se entregará ya a Dios sin reservas de ninguna clase. Aumenta sus penitencias.

Sin encerrarse en un monasterio, desde los dieciséis años fue “mantellata” -terciaria dominica-. Las mantellatas vivían con reglas propias bajo la dirección de una superiora y de un director, y llevaban hábito. Desarrollaban una extraordinaria actividad espiritual y benéfica especialmente en el cuidado de los enfermos y los pobres.

Reformadora genial

Esta mujer frágil y oculta está destinada a desarrollar un apostolado portentoso: en tiempo del Cisma de Occidente actúa como pacificadora entre las potencias políticas, al tiempo que se verifica en su alma el desposorio místico con Jesús. La actividad y el recogimiento jamás colisionan en ella: son dos modos de amar a Dios, de darse a Dios, que en su alma se unen armoniosamente.

Intuyó que el retorno del Papa a Roma era el punto de arranque de la reforma de costumbres, muy relajadas entonces en el pueblo y el clero. La Reforma de la Iglesia que ella ambiciona no consiste en la subversión de sus estructuras esenciales, en la rebelión contra la Jerarquía. Es realista y clarividente: «La auténtica reforma, la que necesita la Iglesia y el mundo, no está en la guerra sino en la paz y quietud, con humildad y continuas oraciones, sudores y lágrimas de los siervos de Dios» (Diálogo

15y86).

La santa escribe, insiste, ora, viaja, sufre, con esa valentía tenaz que brota de su fe, y consigue que Gregario XI regrese por fin de Aviñón a Roma el 17 de enero de 1377. La ciudad le aclama rebosante de gozo.

Muerto Gregario XI, es elegido Urbano VI. A los pocos meses los Cardenales franceses, descontentos de tener que vivir en Roma y de la rigidez del nuevo Papa, eligen un antipapa: Clemente VIl, quien residió de nuevo en Aviñón, dándose así un Cisma lastimoso que duró muchos años.

El Papa de Roma, Urbano VI, llama junto a sí a Catalina, quien le da de parte del Señor los consejos que necesitaba en esta situación tan difícil. Catalina no se limita a lamentarse: ora, se mortifica, escribe cartas a Cardenales y reyes exhortándoles a reconocer al verdadero Papa.

Su visión es clara: los males de la Iglesia no tienen más remedio que una intervención del Espíritu Santo, una inundación de santidad en los miembros de la Jerarquía y en el pueblo fiel. Pero no por esto deja de trabajar infatigablemente entre los partidarios de uno y otro Papa.

El mensaje de Santa Catalina es siempre actual, de amor a la Iglesia, rubricado con la emocionante ofrenda de su vida a sus treinta y tres años: «Si muero, sabed que muero de pasión por la Iglesia».

«Por amor a Jesucristo debemos apasionarnos por la Santa Iglesia». El Papa es «el dulce Cristo en la tierra » (c. 196) al que debemos obediencia y afecto filial: «Quien no obedezca a Cristo en la tierra, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios».

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Noticias Cristianas

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