Ésta es la historia de una boa y de un cabritillo negro La boa es una serpiente muy grande, que devora a todos los animales que puede coger.
Había una en el Parque Zoológico, a la cual le daban para almorzar todos los días un cabritillo.
El pobre cabrito, aterrado a la vista del monstruo, se acurrucaba, temblaba en un rincón dócilmente… después de algunos gritos, se dejaba comer.
Un día el guardián llevó a la boa un cabritillo enteramente negro.
El cabritillo miró a la serpiente, que se estiraba hacia él para comérselo, pero en vez de hacer como los otros, se puso a correr por encima de la boa, golpeándola más y más con las patas y con la cabeza, y detuvo a la serpiente.
El guardián, asombrado, sonrió al principio; pero como el cabritillo seguía golpeando, tuvo miedo de que le vaciase los ojos a la serpiente, y le hizo salir de la jaula.
A oír esto el niño, maravillado, exclamó ¡bravo, bravo! batiendo palmas.
La madre sonrió y añadió:
-Esta historia tiene su moraleja.
-¡Ah! ¿cuál es?-preguntó el niño.
-Hela aquí, hijo mío: Nunca debe consentir uno en dejarse comer.
¡Ah, católicos, si pudiera metérselos muy hondo en la cabeza, en el alma, en la conciencia, esta moraleja: “¡Nunca debe consentir uno en dejarse comer!”
Ciertamente, contestar un no enérgico a un mandato que subleva a la conciencia, que envilece, es hermoso, muy hermoso. Pero mostrar el puño y la mirada flamante, es mucho más hermoso.
Decir no, es heroico, es envolver en una atmósfera de gloria al que pronuncia esta palabra; con todo, si no se hace más que esto, la obra inicua se consuma lentamente.
Pero demostrar que uno pertenece al número de los hombres, de los fuertes, probar que sabe resistir, que se sabe luchar, que se sabe vencer, es la chispa eléctrica que se desprende del alma valerosa para comunicarse a las almas tímidas o indiferentes, en las cuales dormía la fe; es despertar en ellas la virilidad.
Mons. Adriano Sylvain