Para refrenar y vencer el vicio y el apetito de la carne es necesario mortificar y quebrantar la propia voluntad en todas las cosas.
Para alcanzar la pureza de la castidad y conservarnos en ella es preciso guardar las puertas de nuestros sentidos, los ojos en concreto, porque, por ahí, entra el mal en el corazón. El Profeta David, aunque santo y acostumbrado a volar como nube a la consideración de los misterios altos y divinos, porque no tuvo recato en el mirar fue tras lo que miró. ¡En cuántos consagrados se ha repetido y se repite la caída de David, por no guardar la mirada!
Ya el santo Job nos previno con estas palabras: “Hice concierto con mis ojos de no pensar en mujer.” Sabía muy bien el viejo Job que por los ojos entran los malos pensamientos en el corazón. Y que guardando los ojos y los sentidos quedarían resguardados el corazón y el entendimiento.
Quien no quiera tener pensamientos deshonestos debe mantener los ojos castos y honestos, para no mirar lo que no es lícito desear. ¡Cuánta gente sabia, respetada por todos, ha habido que, después de años de convento, han caído por los ojos de una doncella!
San Juan Bosco inculcaba a sus muchachos que guardaran severamente los sentidos. Les decía con gracejo: “Cuando vayáis a actos religiosos en otros centros, dejad los ojos en casa. Esta mortificación es un escudo de la pureza.”
Y el dominico Royo Marín: “Hay que ejercer una vigilancia extremada sobre el sentido de la vista. Recuérdese la profunda sabiduría encerrada en el adagio popular: “ojos que no ven, corazón que no siente.” El hombre se mantiene en el bien cuando sus ojos no encuentran nada con que tropezar para sucumbir ante la imagen sugestiva.”
El cine, la televisión, el internet son medios en si indiferentes pero que han sido detentados por la inmoralidad, causando estragos precisamente por la facilidad que penetran por la mirada. Leer una novela inmoral de Zola o de Sade supone tiempo y paciencia para recorrer cientos de páginas. No así los audiovisuales que han hecho, hacen y harán un daño imposible de cuantificar.
Hay un manuscrito de san Juan Bosco titulado “Nueve guardianes de la santa virtud de la pureza”, que transcribimos:
1.- Fuga del ocio
2.- Fuga de los malos compañeros
3.- Trato con buenos compañeros
4.- Confesión frecuente
5.- Comunión frecuente
6.- Oración frecuente a María
7.- Oír bien la santa misa
8.- Revisión de las confesiones pasadas
9.- Pequeñas y frecuentes mortificaciones en honor de María.
El mayor y más poderoso guardián de la pureza es el pensamiento de la presencia de Dios.
Jaime Solá Grané