Ser cristiano al agua de rosas, es admirar el Cristianismo y sus obras. ¡Es tan bello el Cristianismo, con su poesía, su elevación, el esplendor de sus fiestas y sus hermosas figuras de santos y de santas! Es, en una palabra, para nuestro corazón, para nuestra inteligencia, para nuestra alma, sobre todo, poner en práctica lo que Mons. Isoard llama el sistema de lo menos posible y… de lo más dulce posible.
Por ejemplo:
Obediencia a los mandamientos de la Iglesia para la santificación del domingo, la abstinencia, la Cuaresma, los placeres prohibidos, lo menos posible; ¡está uno tan delicado!
Oraciones regulares, respetuosas, humildes, lo menos posible; ¡está uno tan distraído!
Trabajo cotidiano, útil a la familia, a los pobres, aplicado, continuo, lo menos posible; ¡está uno tan enervado!
Limosnas conocidas únicamente de Dios y no hechas a capricho, lo menos posible; ¡se ve uno tan asediado!
Sacrificio de nuestro humor, de una fiesta que sabemos es algo sensual, de nuestros gustos para agradar a alguno, de una lectura que puede ajar nuestra pureza, lo menos posible; ¡tiene uno tan poca alegría!
Paciencia para soportar un capricho de aquellos a quienes amamos, un olvido, una torpeza de los que nos sirven, una contrariedad, un malestar, lo menos posible; ¡es uno tan impresionable!
Esfuerzos para modificar la índole, para evitar la flojedad, lo menos posible; ¡está uno tan achacoso!
Bondad para no hablar mal del prójimo, para disculparlo, lo menos posible; ¡es tan dificil excusarlo todo!
¿No es verdad que es embelesadora esta vida al agua de rosas?
Pero una dificultad se opone a este género de vida, y es que el camino que conduce al cielo no está regado con agua de rosas, sino con el sudor del trabajo y las lágrimas del dolor.
Es que este género de vida tan fácil, tan atractivo, tan seductor, tan a la moda, no es otro que el que un obispo condena enérgicamente y afrenta con el nombre de sentimentalismo; algo de vago, de quimérico; una especie de simpatía por el bien, por la verdad; una admiración platónica de la virtud, una especie de buenas y delicadas aspiraciones, un ramillete de flores que no dan fruto.
Es que esta especie de vida es enteramente opuesta a estas enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo:
El que quiera seguirme; tome su cruz;
Estrecho es el camino que conduce al cielo; ancho y difícil el que conduce a la perdición.
La vida cristiana, no lo olvidemos, es un tejido compuesto de deberes que cumplir, de abnegaciones continuas, de sacrificios generosos.
¿Es esta vuestra vida, oh vosotros los que no queréis más que ese aroma de agua de rosas, vida de alicientes, vida de alejamiento de todo lo que molesta, vida de solicitación de todo lo que agrada?