Artículo del día Para vivir feliz

A LOS SEMBRADORES DELA BUENA PALABRA

Sembrador, por grande  que sea  la pobreza  y debilidad de tu palabra,  no te digas nunca: ¡Cuánto he trabajado en vano!

Aunque la vista de los que te escuchaban parecía distraída, y su pensamiento se alejaba de ti, aunque entre toda la muchedumbre no haya habido más que diez almas atentas no has perdido el tiempo, sembrador.

Sí, centenares de lectores hay que apenas echan una ojeada por los consejos, las reflexiones, los recuerdos que, ante la presencia de Dios, escribes para ser algo útil, para procurar algo de paz, para evitar una murmuración; mas si una sola de entre cien almas indiferentes se siente movida al bien bendice a Dios, sembrador. Tu labor halla su recompensa.

El mayor de los males para el padre de familia -decía un orador- no es la aridez  del suelo  ni los pájaros devastadores, sino el desaliento de los sembradores al no pensar que Dios está con ellos.

Tú, a quien Dios en su misericordia y bondad ha escogido par sembrar, póstrate ante el crucifijo. Abre tu alma, extiende los brazos y di: Señor, dadme algo para sembrar. Y en tu pequeñez y nulidad, haz lo que hicieron siempre los grandes sembradores. Recogían humildes, dóciles, silenciosos, ese caudal de luz y sacrificio que irradia siempre el crucifijo; enriquecían con él su corazón, y al llegar la hora, iban donde Dios los enviaba. No hablaban ellos, sino Dios. Una vez cumplida su misión, regresaban inquietándose poco de verse olvidados. Ya habían sembrado el recuerdo de Dios.

Dios busca sembradores. Vosotros los que leáis estas páginas, si oís las palabras de Jesús a Pedro y Simón: Venid a mi; responded sencillamente: Henos aqui.

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