Artículo del día Testigos de Cristo

TESTIGOS DE CRISTO: Santa Verónica Giuliani

Se han compuesto muchas biografías sobre esta santa, pero ensalzan más las gracias extraordinarias que la realidad de la vida cotidiana.

Úrsula había nacido en 1660 y era la última de las siete hijas de familia noble italiana, muy dispuesta a pasarlo bien y a imponerse a los que la rodeaban; era dominante, caprichosa y de un carácter muy vivo, aunque con una espontaneidad encantadora. Sus hermanas, que todas acabarían religiosas, la educaron en un ambiente muy piadoso. Un día en que sus hermanas no acuden al rosario por estar bordando, ella, rotunda, da una prueba de su mal carácter y pega una patada a la labor: ruedan  por todos los lados carretes, bolillos  y lanzaderas… Por lo demás tenía un gran corazón: comprendía  y socorría compasiva las necesidades que veía sobre todo en los pobres.

Úrsula  ingresó a los diecisiete años en las capuchinas con el nombre de Hermana Verónica. Jesús forjó en ella un alma redentora: la llevó por caminos muy penosos para su afán de veracidad, su sensibilidad al ridículo y su franca concepción de la vida. Su vida fue un continuo ejercicio de vencimiento propio. Desde el primer día se entregó a los austeros trabajos y penitencias del convento. Su entusiasmo, alegría y modestia edificaban a las demás Hermanas.

Fue Maestra de novicias, muchas de las cuales llegaron a gran perfección. Las instruía en la humildad, en seguir siempre las vías ordinarias de santificación, a menos que el Espíritu Santo manifieste otra dirección, y les decía:

“No despreciéis las cosas pequeñas, pues no hay cosas pequeñas a los ojos de Dios».

El centro  de su vida espiritual fue el amor a la Pasión del Señor. En medio de sus empleos exteriores sufría un martirio de amor con Jesús Crucificado. Sobrellevó con gran intensidad y devoción los grandes sufrimientos de su vida, que la unían tanto a su Salvador. Decía que: «/a cruz y los sufrimientos son valiosísimos tesoros, verdaderas delicias». Recibió los estigmas de la Pasión en sus manos, pies y costado, y todo lo que le pasaba lo comunicaba con humildad a su confesor.

Tres Obispos, varios médicos y sacerdotes examinaron su caso con rígida exactitud. Declararon que eran fenómenos inexplicables. El Prelado para probarla la destituyó de su cargo, la separó de la comunidad y le prohibió la comunicación con el exterior. Ella se sometió plenamente, vio en aquellas órdenes el rendimiento absoluto de su voluntad al amor a Dios. Todas las monjas se creyeron con derecho a imponerle pruebas y demostraciones de virtud. Fue el éxito de la gracia de Dios, que, renuncia tras renuncia, lentamente obtuvo el sacrificio del «yo» y la convirtió en una criatura nueva, en una santa.

Verónica en su celda vivió a solas jornadas de incomprensión y expiación. También fue probada por Dios, quien le descubrió como en un espejo todas sus faltas y tendencias. Es admirable el proceso por el que, poco a poco, llegó definitivamente a la Unión transformante. Cuando al fin fue elegida Abadesa, nada hubo más práctico y sensato que el gobierno de aquella monja que parecía vivir más allá de las nubes. Se desvelaba por conservar en su convento el espíritu de pobreza franciscana en todo su rigor, pero con decencia y limpieza, sin singularidades.

No quería morir sino por obedienci

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