Reconozco que el Kempis ya no se edita. Ha pasado de moda. La Iglesia, mejor los sacerdotes, no lo creen compatible con la manera de ser y de obrar de la actual disciplina eclesiástica. Yo, aunque cristiano indigno, sigo leyéndolo a diario. Y he apuntado frases como estas:
“Lee cosas que te den más compunción que ocupación”
“Los mayores santos evitaban cuanto podían las compañías de los hombres, y elegían el vivir para Dios en su retiro”.
“Cuantas veces estuve entre los hombres, volví menos hombre. Lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho.
Más fácil cosa es callar siempre, que hablar sin errar. Más fácil es encerrarse en su casa, que guardarse del todo fuera de ella. Por esto, el que quiera llegar a las cosas interiores y espirituales, le conviene apartarse de la gente con Jesucristo.”
El cristiano de hoy tiende a entretenerse más leyendo los desastres que, a diario, se publican sobre destacados jerarcas, que recordando los pecados con que ha venido ofendiendo a Dios. Lo importante es poder decir:”¡Qué mal está la Iglesia!”, en vez de decir: “¡Qué mal estoy yo!”. Es más divertido escuchar historietas y noticias que leer vidas de santos. Es más agradable pensar que todos nos salvamos que pensar que la inmensa mayoría de los que mueren cada día va a un Infierno eterno.
-. Pero, ¿qué dice usted? Si ya no hay sacerdotes que crean que el Infierno exista. Deje el Kempis que duerma en paz.
-. Querido sacerdote, le pregunto ¿Verdad que tampoco cree en el Evangelio? ¿Qué lee para pasar el tiempo, quizá “El Jueves” o si lo quiere en francés “Charlie Hebdo”?
Pero prefiero seguir el consejo del Kempis y callar.
Jaime Balmes terminaba así la carta tercera de” Cartas a un escéptico en materia de religión”.
“Como quiera, dentro de medio siglo, la cuestión del infierno estará prácticamente resuelta para los dos, ruego al cielo que lo sea felizmente para ambos; pero si usted tiene la temeridad de aventurarse a lo que pueda suceder, me quedaré llorando su funesta ceguera, suplicando al Señor se digne iluminarle antes no llegue el día de la ira, en que a la presencia del Juez supremo velarán su faz los ángeles tutelares, no sabiendo qué alegar en descargo de usted para librarle de la tremenda sentencia”.
Jaime Solá Grané